RAFAEL GUARÍN
Un grupo en Facebook denominado “Un millón de voces contra las FARC” puede haber comenzado el cambio de actitud ciudadana frente al terrorismo, indispensable en el camino a la paz. La iniciativa originó la convocatoria a rechazar rotundamente el 4 de febrero la violencia “fariana”.
Algunos apresuradamente consideran que se trata de otro esfuerzo sin mayores repercusiones, ante una guerrilla autista que desprecia la opinión pública. Al fin y al cabo, de acuerdo con Andrés Paris, ex - negociador de las FARC, ésta “termina siendo el resultado practico de las campañas informativas”, por lo que las manifestaciones ciudadanas las adjudican a la manipulación mediática del “enemigo de clase”.
Pero ahora es distinto. Las FARC y sus camaradas camuflados en la legalidad lo saben. Nunca antes el país se movilizó con el exclusivo fin de repudiarlas. Aunque el reproche social siempre ha estado implícito, las voces eran más vehementes a la hora de implorar la libertad de los secuestrados, negociar con las guerrillas o rechazar de manera generalizada la violencia. Lo importante de la actual coyuntura es que la consigna del 4F contribuye a romper la lógica terrorista y conseguir en el mediano plazo doblegar la voluntad de lucha guerrillera.
El cálculo clásico del terrorismo enseña que su propósito es provocar un comportamiento de la población o de los gobiernos, favorable a sus pretensiones, a través de acciones violentas y planificadas que generan miedo y espanto en la población, al tiempo que apoyo de sus simpatizantes.
Desde esa perspectiva, producir una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario es fundamental para someter la voluntad de la sociedad, dividirla y lograr que una parte de ella justifique su accionar o incluso adopte su discurso. El miedo y el espanto son tan efectivos que trasladan la responsabilidad de los actos terroristas a los gobiernos y lleva incluso a la defensa de sus autores. Tiene razón la profesora Edurne Uriarte, al afirmar que el “miedo sostiene la irresistible tendencia de muchos ciudadanos de apoyar cualquier forma de negociación con los asesinos, la atracción por la cesión y la rendición”.
La unidad contra el terrorismo despedaza ese presupuesto. La permanente movilización implica que los ciudadanos no se dejan subyugar, tampoco manipular y que lejos de justificar repugnan las acciones violentas, tornándolas infructuosas. De esa forma, el 4F es el primer ladrillo de un muro que desde la sociedad civil se puede construir, no sin dificultades, para impedir el avance terroristas y restringir el campo de acción de quienes en la legalidad lo patrocinan y legitiman.
Como lo recuerda el psicólogo Luis de la Corte, una forma de desaparición de este tipo de organizaciones es su decisión de “sustituir el terrorismo por una estrategia de acción política pacífica o institucional”, debido a que la “la violencia ha sido inútil”. Pero son las actitudes de rechazo o cesión ante el chantaje terrorista las que determinan esa inutilidad o utilidad; en otras palabras, la persistencia del terrorismo depende no sólo de la eficacia del Estado para combatirlo sino de la valentía con la que la sociedad lo enfrente.
Si bien esta puerta se abre con el 4F, la división de la dirigencia política se convierte en el principal obstáculo. Al parecer en el Polo Democrático y en reductos populistas del Partido Liberal sigue pesando más el antiuribismo que el terrorismo. Se dedicaron a petardear la marcha calificándola de guerrerista, luego negándose a asistir, para terminar, en el caso del Polo, armando el mismo día una concentración diferente con el fin de desvirtuar la contundencia del mensaje antiterrorista y pretender reventar así la empresa del 4F.
Obviando a Piedad Córdoba, el caso del Partido Comunista, enclavado en el Polo, es el más patético. Mientras directivos como Carlos Lozano rechazan el 4F argumentando que participar sería “sumarse a las hordas de la violencia y la intolerancia”, defienden la “vigencia del movimiento guerrillero y la validez de la lucha armada”.
Esperemos que este sea el hito que inicie una nueva etapa en la que la determinación ciudadana se imponga sobre las divisiones políticas, los sofismas de distracción y los discursos justificadores que legitiman, dentro y fuera de Colombia, la violencia fariana. También para que quienes no condenan a las FARC asuman en las urnas el costo de su complicidad o indiferencia.
Nota: En Miami es a las 10:00 a.m. en el Consulado de Colombia. 280 Aragon Avenue, Coral Gables.
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