domingo, diciembre 17, 2006

EL FUTURO ES EL CENTRO

www.elespectador.com - junio de 2006

Por: Rafael Guarín*

Paso lo que tenía que pasar con el Liberalismo. A pesar de los esfuerzos era una derrota cantada desde antes de comenzar la campaña ayudada por el autismo que impidió escuchar voces diferentes a la de los profesionales de la adulación. No es la hora de las recriminaciones, pero sí de asumir responsabilidades y pensar en el futuro.

El expresidente César Gaviria afirmó que el país sigue siendo mayoritariamente liberal, lo que ratifica las encuestas pero no los resultados electorales. Es forzoso concluir que el Partido no logró ni siquiera convocar a sus propios miembros. Eso obedece a que prefirió competir con el Polo por un mercado electoral restringido, como es el de la izquierda tradicional y destrozar una política de seguridad, que con aciertos y errores de todo calibre, tiene el respaldo de la mayoría de los electores.

En medio de la crisis, algunos se apresuran a ofrecer las llaves del Partido y reconocer la “jefatura natural” del Presidente. Es el vocabulario de los años cuarenta que no entiende el nuevo escenario de la política. Otros creen que hay que “insistir” en la oposición radical que redujo al Partido a un modestísimo 11% de los electores. Tampoco parece lo más inteligente.

El problema es más complejo. No es puramente mecánico, ni se resuelve acudiendo a fórmulas anticuadas. Hay que abordar por lo menos dos frentes. El primero tiene que ver con recuperar el pluralismo y contener el sectarismo que quiere llevar al Partido Liberal a un populismo de izquierda, con Hugo Chávez y Evo Morales como referentes. El Liberalismo debe ubicarse en el centro y aceptar que el bipartidismo ha muerto.

La política es y será de coaliciones que van del centro a la derecha o a la izquierda. Recuperar el centro permitirá a la colectividad considerar con flexibilidad y lealtad a sus programas los socios coyunturales que coincidan con su visión de sociedad. Se trata de atender a las propuestas programáticas, más que a la estrechez de los modelos ideológicos. No gratuitamente, la Asamblea Liberal Constituyente reemplazó en los estatutos el Consejo Ideológico por un Consejo Programático. Eso no implica desechar los valores históricos y aceptar lo inaceptable, sino trabajar por su realización a partir de la nueva realidad política.

La ideologización hace impensable políticas de entendimiento. Así por ejemplo, desde el sectarismo ideológico no serían posibles los gobiernos de coalición entre socialistas y demócrata-cristianos en Alemania y Chile. Cuando la sensatez y los intereses nacionales se imponen, los partidos pueden construir agendas comunes.

No se debe olvidar, como recuerda Norberto Bobbio, que “guste o no guste, las democracias suelen favorecer a los moderados y castigan a los extremistas”. Renunciar a los extremos permitió que el Liberalismo fuera el soporte institucional insustituible de la democracia en las últimas décadas. Aferrarse con fuerza a dogmas es lo más antiliberal que existe y la mejor forma de consolidarse como minoría.

La segunda tarea tiene que ver con el dilema coyuntural. Si se decide una oposición radical, el Partido Liberal está condenado a ser segundón y a empujar una coalición liderada por el Polo para el 2010. Si se entregan las llaves, se acaba con su institucionalidad.

La alternativa es avanzar hacia la unidad a partir de reconocer que la mayoría de los liberales están por fuera del Partido. No se trata de una unidad mecánica, ni de entregarse al Presidente. Lo que se debe hacer es iniciar un proceso de diálogo con los liberales que hacen parte de la coalición de gobierno y trabajar en la identificación de coincidencias. El primer paso es concentrarse en temas que exigen la unidad nacional como la política social, la seguridad, la protección de los derechos humanos y la consecución de mercados competitivos y eficientes. Esa actitud situará al Liberalismo por encima de la oposición, ratificará su vocación de centro, le permitirá ejercer una férrea fiscalización a la administración a la vez que contribuir a la solución de problemas que importan a los ciudadanos.

La unidad es indispensable para sobrevivir y volver a ser opción de poder. Pero ésta se construye, no se decreta. Deberá ser el resultado de un debate sin cortapisas, que prescinda de la intolerancia y las descalificaciones.

La unidad no es inmediata y no se resuelve con entregar unas llaves que nadie ha pedido. Es posible que pase mucho tiempo sin lograrla, pero sin ella el Liberalismo entrará hacer parte del pasado y se reducirá a ser escudero de nuevas fuerzas que interpretan mejor a los electores.

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