domingo, diciembre 17, 2006

LIBERALES: BIENVENIDOS AL PASADO

www.semana.com - Fecha: 03/18/2006 - Edición: 1246



Rafael Guarín analiza la debacle electoral de los liberales y predice que una segunda vuelta sería entre Carlos Gaviria y Uribe

Por Rafael Guarín*
No es gratuito que César Gaviria haya ofrecido la renuncia a la Dirección Nacional del Partido Liberal. Los resultados del domingo pasado son un absoluto desastre para esa colectividad, que desde 1934 no ostentaba la condición de minoría respecto al Partido Conservador. A pesar de los esfuerzos por presentar lo ocurrido como una prueba de su vigencia política, lo cierto es que el balance no puede ser peor.
En 1994, el Liberalismo eligió 59 senadores. Esa cifra descendió a 30 en 2002, y actualmente, a 17. En 1998, los votos liberales para elegir esa corporación superaron los tres millones. Hoy no llegan a la mitad. Es reflejo del distanciamiento de los electores de los grandes centros urbanos. Al igual que las Farc, el Partido quedó anclado en las zonas rurales y completamente desconectado de las nuevas generaciones de electores. En Bogotá, en el mismo período, pasó de tener seis representantes a la cámara, a dos. La tan anhelada renovación no sólo no se dio, sino que los escaños alcanzados por el Partido corresponden enteramente a maquinarias políticas, lo cual deja en duda que sea el mejor vehículo para el ingreso de nuevos liderazgos a la vida política.
El tiempo no ha pasado para el Partido Liberal. La acción política y su relación con los ciudadanos se mantienen pendulares entre la apelación al desteñido y remendado trapo rojo y sus cada vez más desgastadas maquinarias. La estrategia adoptada para enfrentar las elecciones parlamentarias se montó sobre esos dos elementos, marginando cualquier esfuerzo por conquistar el voto independiente. La misma conformación de las listas dio prelación al cálculo electorero sobre la importancia que tiene hoy el mensaje político, razón por la cual asistió a las elecciones parlamentarias sin programa, a pesar del mandato del anterior Congreso Liberal. La mentalidad tradicional de sumar y restar votos sirve para elegir una raquítica representación, pero no para ser opción de poder.
A eso se añade la insistencia en criticar y criticar y no proponer. Atacar la seguridad democrática sin presentar una política que la supere, y utilizar, por parte de algunos de sus líderes, las masacres y los actos terroristas de las Farc como banderas proselitistas, son una estrategia equivocada que ha puesto la campaña en el campo en que el Presidente es más fuerte.
Por otro lado, las urnas ratificaron que no existían partidos políticos, sino caudillos regionales agrupados bajo personerías jurídicas de las que entraban y salían a su antojo, apoyados en la fragmentación y la atomización partidista y en un nocivo diseño del marco legal y constitucional de los sistemas de partidos y electoral. Eso explica que la desbandada liberal hacia las filas uribistas no era únicamente de credenciales parlamentarias, sino de votos de carne y hueso.
Pero el resultado tiene también que ver con la dependencia de las clientelas liberales del aparato estatal. El ex presidente Turbay, experto en estos temas, señaló el año pasado que el Liberalismo no sobreviviría en las actuales condiciones sin gobierno. No le faltaba razón. La longevidad de los dos partidos tradicionales, desde la segunda mitad del siglo XX, se debe a la cuestión burocrática, no a la existencia de proyectos políticos. Esa característica de la política colombiana permite comprender los resultados favorables del partido de la U, Cambio Radical y el conservatismo. No es un apoyo repentino de cuatro meses, ni la resurrección milagrosa del partido de Caro. Es el reflejo del peso burocrático en el funcionamiento de las maquinarias políticas. El conservatismo lleva ocho años gobernando y los integrantes de las U y de Cambio Radical, mayoritariamente de origen liberal, han gozado de los privilegios de la cercanía con el poder.
La imagen del presidente Uribe santificó (no por Juan Manuel) listas plagadas de políticos tradicionales. Pero, aunque fue muy importante, no parece ser el elemento fundamental en los resultados de los partidos uribistas. Los votos no preferentes no alcanzaron en ningún caso el 25% del total obtenido por cada una de esas listas,siendo el resto prácticamente pura maquinaria. Los partidos tradicionales perdieron un activo histórico. La identidad partidaria, que era muy fuerte en Colombia, casi se desvaneció. La L obtuvo cerca de 270.000 votos, 10.000 más que el conservatismo y 200.000 menos que en las elecciones de 2003.
Finalmente, el Liberalismo quedó en la sin salida. La consulta arrojó como candidato a un hombre aguerrido y de convicciones, pero con los más altos porcentajes de resistencia ciudadana. Horacio Serpa representa menos de la mitad de los ciudadanos que participaron en la consulta. Su campaña demostró que su liderazgo es principalmente rural, al ser derrotado en las principales ciudades. El único ganador con esa decisión fue Álvaro Uribe, que sabe que su competidor más fuerte tiene la paradoja de ser, en principio, el hombre más capaz de agrupar la oposición, al tiempo que el más fácil derrotable.
Cerca de un millón de ciudadanos que votaron en la consulta no son liberales o por lo menos no se identifican con el Partido, de lo contrario, esa votación se reflejaría en los resultados de las listas al Congreso. Los electores de Rafael Pardo en un porcentaje importante se movilizaron por la publicidad antiserpista, y las propuestas de Rodrigo Rivera y Horacio Serpa son como el agua y el aceite, lo que dificulta enormemente la unidad, a pesar de las declaraciones protocolarias. Como si fuera poco, se rumora que un importante número de uribistas respaldaron al ganador de la consulta para allanar la reelección.
En ese escenario, la candidatura liberal a la Presidencia de la República arranca realmente con un millón de votos, el mismo número que tiene Carlos Gaviria. Es claro que los electores del Polo Democrático Alternativo tienen coincidencias mayores que las expresadas al interior del Liberalismo, fortaleza burocrática y mejores niveles de aceptación en la opinión independiente. No es extraño que, en caso de darse una segunda vuelta, veamos a Carlos Gaviria frente a Uribe y con ello un Partido Liberal colapsado.
La debacle liberal es ante todo la de un modelo de partido que no ha podido superar la política tradicional. El acceso a los puestos y a la contratación pública para mantener cautivas clientelas electorales está cada vez más fuera de lugar en la perspectiva de construir opciones de poder, mucho más con la introducción de la reelección presidencial. Si el Partido Liberal no permite una verdadera renovación de dirigentes y de su práctica política, en poco tiempo sus miembros tendrán que vivir exclusivamente del pasado.

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