viernes, febrero 06, 2009

RECOMENDADO: EL CUENTICO DE LA PAZ


PLINIO APULEYO MENDOZA

A un perro, según el dicho popular, no lo capan dos veces. Pero mucho me temo que esa desventura sí le pueda ocurrir a Colombia por cuenta de las seráficas ilusiones de paz que han vuelto a girar en torno al turbante de Piedad Córdoba y a la reciente entrega de secuestrados.

Semejante fábula tiene como sustento la idea equivocada de que las Farc, duramente golpeadas en el último año y ante la inminencia de una total derrota, no tienen más camino que el diálogo. La verdad, sin embargo, es otra. El diálogo que proponen sus eternos compañeros de ruta y los incorregibles ilusos que abundan en nuestro entorno mediático es, por lo pronto, una coartada de 'Alfonso Cano' para recobrar fuerzas, abastecerse, evadir cercos militares y tal vez disponer de un santuario semejante al del Caguán para proseguir su guerra en condiciones más favorables. Jamás ha pensado en desmovilizarse y abandonar su llamado proyecto revolucionario.

Eso en lo inmediato. En una perspectiva más amplia, 'Cano' busca poner en marcha una estrategia política, muy oportuna en tiempos electorales, encaminada a sustituir la mano dura de Uribe por un sucesor que muerda el anzuelo de otro proceso de paz.

¿Qué hilos mueve esa estrategia? Muchos. El más importante de todos es la guerra jurídica. Con ella se busca, por intermedio de agentes o amigos de las Farc infiltrados en la Fiscalía, la Procuraduría y las altas Cortes, abrir procesos contra civiles y militares sin más soportes que endebles y manipulados testimonios, dictar medidas de aseguramiento y dejar, de esta manera, suspendida sobre oficiales de las Fuerzas Armadas la amenaza de una inculpación, si es que deciden adelantar operaciones frontales contra la guerrilla.

El otro hilo, aún más sutil, es el llamado por 'Cano' trabajo de masas, que consiste en movilizar juntas de acción comunal, marchas indígenas y campesinas, paros sindicales, paros judiciales y movimientos de protesta en las universidades, con el fin de crear un clima de agitación y desorden capaz de debilitar al Estado.

Por último, en busca de favorecer alternativas de diálogo opuestas a la política de seguridad democrática, las Farc manejan de manera simultánea dos formas de acción aparentemente opuestas: el terrorismo (bombas en centros urbanos) y supuestos gestos humanitarios con la entrega de secuestrados. Es el viejo truco del garrote y la zanahoria para obtener que una población atemorizada dé una respuesta favorable a lo que engañosamente denominan acuerdo humanitario o conversaciones de paz.

En este contexto, una izquierda, que abarca desde los mamertos de toda la vida hasta aquellos intelectuales que la lucen como una elegante flor en el ojal, sin olvidar a los periodistas internacionales amigos del terrorismo y los infortunados que salen del cautiverio con síndrome de Estocolmo, acaba por ver a Uribe como un Presidente empecinado en la guerra y opuesto a toda tentativa de negociación. Esa engañosa visión la extienden hábilmente los agentes políticos de las Farc a las cancillerías, centros académicos y medios de comunicación de Europa y aun de Estados Unidos.

Quienes vemos con lucidez este nuevo ardid vamos a ser calificados, por supuesto, como derechistas, militaristas y enemigos de la concordia.

El "buenismo" -como se le llama en España- es una enfermedad recurrente de quienes consideran el terrorismo como un desvarío corregible y no como una alienación ideológica que no admite treguas ni apaciguamientos. Por influencia del "buenismo", enquistado en el PSOE, el gobierno español intentó en cierto momento un diálogo con Eta y acabó por comprender su error. ¿Nos ocurrirá lo mismo? ¿Volveremos al cuento de hadas del Caguán? Esperemos que no. Como sea, necesitamos vacunarnos contra ese mal endémico, tan propagado a veces en Colombia, que es simplemente la tontería.

Plinio Apuleyo Mendoza

jueves, febrero 05, 2009

EL PECADO DE RIVERA

Foto de la Revista Cambio www.cambio.com.co

Las directivas del Partido Liberal y “sesudos analistas” están tremendamente indignados por las reuniones de Rodrigo Rivera con el presidente Álvaro Uribe. Creen que por ser miembro del liberalismo no tiene derecho a hablar con el gobierno de temas económicos y de seguridad y que su papel debe estar al lado de su partido y enfrentando a como dé lugar a Uribe. Lo que ha hecho, piensan, merece la condena absoluta y por lo menos el repudio de los liberales.

El verdadero pecado de Rivera es colocar por encima de sus propias aspiraciones una decisión que definirá el futuro de Colombia. O repetimos el péndulo de la seguridad y la retorica de la paz, adoptado por la ineptitud de anteriores gobernantes y por la habilidad de las Farc, o mantenemos una política de firmeza que doblegue su voluntad de lucha y la lleve a un proceso de desarme, desmovilización y reintegración. La guerrilla lo ha dicho varias veces: quiere un gobierno que conduzca al “Socialismo del Siglo XXI” y “proscriba” la Política de Seguridad Democrática. Una determinación sensata es dejar abiertas todas las posibilidades para que ambos propósitos no se cumplan. Eso es lo que le reprochan a Rivera.

No es oportunismo político. Rivera tiene prácticamente asegurada la victoria en la consulta Liberal para escoger candidato presidencial. Pero el problema no es ese. Es de mucho mayor calado que las pequeñas maniobras a las cuales está dedicada la cúpula liberal. Hay que garantizar que la Política de Seguridad Democrática se convierta en una política de Estado y que la utilización de la falacia de nuevos diálogos de paz no haga de las elecciones de 2010 su punto de quiebre. El Partido Liberal no lo entiende. Es incapaz de ver su propia circunstancia, debatiéndose en medio de apologistas del terrorismo tipo Piedad Córdoba o de quienes eligieron a Uribe y después se hicieron sus enemigos políticos, el caso de Rafael Pardo.

Para Pardo su competidor es “muy inconsecuente”, olvidando que en el último congreso Liberal fue precisamente Rivera quien pidió respaldar la Política de Seguridad Democrática, al igual que lo hizo en la consulta liberal de 2006. Lo curioso es que Pardo, siendo un hombre preparado y competente, no es precisamente el mejor ejemplo de consistencia liberal. Fue uno de los principales líderes que eligió en 1998 a Andrés Pastrana en contra de Horacio Serpa. Luego fundó Cambio Radical, más adelante fungió de uribista, ofició de lugarteniente en su campaña presidencial y fue senador ponente de la reelección de Uribe. Al final pidió pista de aterrizaje en el Partido Liberal y ahora posa del más ortodoxo. Cuando Pardo respaldaba al gobierno que le entregó el Cagúan a las Farc, Rivera hacía en 1999 el primer debate parlamentario denunciando las atrocidades de la guerrilla en la zona de distensión.

Es la misma inconsistencia que demuestran cuando proponen una consulta entre partidos para escoger un solo candidato de oposición. Además del antiuribismo cerrero, ¿qué de común tiene el Liberalismo con el Polo Democrático o con el Partido Comunista? ¿Cómo pretenden meter en un mismo saco a Vargas Lleras y a Lucho Garzón? Es evidente que lo que menos hay en esas propuestas son convicciones.

Pero de todo esto lo más sorprendente es que mientras se persigue y recrimina a Rivera se admite la relación de Piedad Córdoba con el cartel de las Farc. La decisión del Fiscal General, Mario Iguarán, de enviar pruebas a la Corte Suprema de Justicia para que la investiguen por presuntos vínculos con esa organización terrorista no hecho pestañear a César Gaviria. En abril de 1995, cuando Piedad integraba la DLN, el fiscal Valdivieso hizo exactamente lo mismo que Iguarán respecto a los congresistas vinculados con el cartel de Cali. La respuesta fue cuestión de horas. Al día siguiente estaban suspendidos del Partido Liberal. En este caso no. Para Gaviria, Pardo y otros liderazgos menores es más cuestionable pretender que la Política de Seguridad Democrática sea una política de Estado que ser estafeta de las Farc.

Por otro lado, el liberalismo no es la DLN, tampoco los congresistas, mucho menos lo que queda de diputados, concejales, alcaldes y el reducido número de gobernadores. Esa es la destartalada estructura de la cual desconfían los ciudadanos. El Liberalismo está por fuera de esa máquina electoral. Si el ex presidente Gaviria reflexionara sobre las encuestas que la propia DLN contrata, se percataría que en 2005 era ya evidente que cerca del 60 por ciento de los ciudadanos que decían pertenecer al Partido Liberal respaldaban a Uribe. Esa cifra diez días antes de las elecciones presidenciales del año siguiente era de 70 por ciento. Eso no ha cambiado, entre otras cosas porque a Uribe lo identifican como liberal y están satisfechos con su gestión.

¿En esas condiciones para qué estar en el Partido Liberal? La mejor decisión que puede tomar Rivera es no ceder ante las presiones y chantajes, profundizar contra viento y marea su cruzada por la sostenibilidad de la Seguridad Democrática y dejar que el partido siga su curso, el cual puede incluir que Piedad Córdoba derrote a Rafael Pardo en la Consulta Popular. Al fin y al cabo, la inmensa mayoría de los liberales y el conjunto de la sociedad están por fuera del aparato partidista.


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