domingo, diciembre 17, 2006

ESTADOS UNIDOS EN LA MESA

www.semana.com - Fecha: 09/09/2006 - Edición: 1271

Rafael Guarín analiza las consecuencias de la fuerte influencia del país del norte en el proceso de paz con los paramilitares.

Por Rafael Guarín

El presidente Uribe se la jugó toda en el proceso de paz con las AUC y es posible que pierda. Con desbordado pragmatismo convirtió el proceso en un plan de sometimiento de narcotraficantes a la justicia, pero cometió el error de comprometerse en no extraditarlos sin contar con la voluntad del gobierno estadounidense.

La tensión entre presión internacional y pactos por debajo de la mesa está enredando al gobierno. Para Estados Unidos los paramilitares ante todo son narcotraficantes y como tal se les debe tratar. La verdad es que entre sus líderes y cualquiera de las decenas de mafiosos extraditados no hay ninguna diferencia. Para los paramilitares, por el contrario, el desmonte de su aparato de guerra y narcotráfico sólo es posible si tienen la certeza que no les espera una cárcel extranjera.

La reciente crisis del proceso tiene que ver con esa disyuntiva. La visita hace unos días de la directora de la DEA y de una comisión de congresistas dejó claro que el proceso perdió credibilidad internacional y que se requieren ajustes inmediatos. También que el gobierno Bush no cede en la pretensión de que se extraditen por lo menos nueve de los principales cabecillas de las AUC.

Por su parte los paramilitares aplican una combinación de garrote y zanahoria. Poco antes de someterse dócilmente a la orden presidencial de internarse en un centro de reclusión, afirmaron que “se acuerda un marco constitucional diferente o el conflicto armado se transformará en una guerra civil de incalculables proporciones”, reiterando que su principal objetivo es evadir la justicia norteamericana a través de una reforma a la Constitución.

El camino se parece cada vez más a un oscuro túnel de incertidumbre. Si se acepta proscribir la extradición el país se expone a sanciones políticas y económicas de Estados Unidos y a convertirse en un santuario del narcotráfico. Pulularán nuevos grupos armados ilegales y la mafia que disimulan sabrá que tarde que temprano será abrazada por la impunidad, lo que sin duda es un estímulo para el crimen y un aliciente para continuar la violencia.

Como parte de ese escenario debe interpretarse la propuesta de los paramilitares de un ‘Gran Acuerdo Nacional’. Con habilidad aprovechan la coincidencia con las Farc y sectores democráticos de estar en contra de la extradición para proponer una Asamblea Constituyente. Curiosamente, voceros del gobierno manifestaron hace poco que el proceso con esa guerrilla podría incluir la convocatoria a una Asamblea. Lo que no parece probable es que el grupo subversivo cambie su plan estratégico, ni que se logren iniciar negociaciones de paz.

Desde otra perspectiva, si se rechazan sus peticiones probablemente el proceso colapse definitivamente y nos encontremos frente a una guerrilla mafiosa de derecha o de un actor armado antiestatal. El propio Alto Comisionado de Paz dijo en una entrevista, a final del año pasado, que los jefes desmovilizados le han dicho que si el proceso fracasa “aquí va a aparecer una cosa muy rara, que no sabemos si es guerrilla o autodefensa”.

Retomar los fusiles es muy fácil. De los más de 30.000 desmovilizados solo un centenar se encuentran bajo control del Estado y que se sepa no han delatado rutas, redes, ni la infraestructura que montaron durante años para el narcotráfico. Es apenas evidente que tampoco entregaron la totalidad de las armas y material de guerra, como que mantienen el anclaje social, político y económico que les permitió acrecentar su poder en varias regiones. En síntesis, conservan gran parte de su capacidad militar y de narcotráfico.

Por otro lado, la influencia de Estados Unidos es un hecho derivado de su propio poder e inevitable debido a que paramilitares y guerrilleros se convirtieron en enormes carteles de la droga. La búsqueda de la paz dejó de ser una cuestión estrictamente doméstica para ser un problema internacional.

Quedan dos lecciones. No se puede adelantar un proceso de paz exitoso si no se reconoce de cara al país y la comunidad internacional que el narcotráfico es un problema central del conflicto armado. Y nos guste o no, siendo la lucha antidrogas preocupación central de Estados Unidos, la paz duradera debe contar con su aval. Invitarlo a la mesa de negociación más que un acto de cortesía es un imperativo político.

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