martes, enero 09, 2007

ESPAÑA Y COLOMBIA, LA RESPUESTA TERRORISTA

Published on Tue, Jan. 09, 2007, Nuevo Herald, El (Miami, FL)



Foto de manifestación en Pamplona. EFE - tomada de www.elpais.es

RAFAEL GUARIN
La banda terrorista ETA dio la bienvenida al 2007 con un coche bomba en las instalaciones del aeropuerto de Barajas en Madrid. El atentado causó la muerte de dos inmigrantes ecuatorianos y la destrucción total del área T4. Por su parte, antes de finalizar el año, las FARC asesinaron a cerca de veinte soldados al sur de Colombia.

Ambos grupos tienen similitudes. Atentan contra la población civil, asesinan selectivamente políticos y emplean el terror. Su ideología se vincula estrechamente al marxismo-leninismo, condimentada con aditivos maoístas, castristas y guevaristas, esto les da un método de análisis y acción incompatibles con la convivencia democrática y el estado constitucional.

Las recientes actuaciones no deben sorprender a nadie. En el caso español, la respuesta al PSOE es la misma dada al gobierno anterior del Partido Popular. El deseo de diálogo de Aznar, tan loable pero irrealista, igual al de Zapatero, se estrelló con el terrorismo. Basta recordar los esfuerzos del gobierno y la oposición para sacar adelante un proceso de paz, a finales de la década pasada, en medio de una absurda escalada violenta que culminó con la renuncia a la tregua de ETA.

Las FARC operan con la misma lógica. Con feroz arremetida contestaron la decisión del gobierno de concertar las condiciones de una zona de encuentro para el acuerdo humanitario y el inicio de un proceso de paz. Saliéndose de su guión y arriesgando su tradicional discurso, Uribe había ofrecido la convocatoria de una Asamblea Constituyente.

Esa conducta es típica. La tregua suscrita con el gobierno Betancur la rompieron en el siguiente, con emboscadas a miembros de la fuerza pública en 1987. Años después, las FARC le dieron un portazo a la paz, luego de convertir la zona de distensión en un refugio de terrorismo, narcotráfico y secuestro.

A las FARC y a ETA los gobiernos les han otorgado innumerables pruebas de su compromiso con la paz. Aznar excarceló a más de 200 presos ''etarras'', permitió el retorno de más de trescientos que se encontraban fuera de España y replanteó la política penitenciaria. Su ministro del interior llegó al extremo de afirmar que el gobierno estaba dispuesto a ''hacer lo que sea necesario, sin exigencias previas, sin negociar la entrega de armas''. En Colombia, durante 1,565 días se concedió a esa guerrilla 42,000 kilómetros cuadrados, se hizo reconocimiento temporal de su carácter político y se paseo a sus voceros por toda Europa.

Se pensó incluso que el problema era también de sensibilidad semántica. Los gobiernos moderaron su discurso y cambiaron los calificativos. Aznar llamó a ETA ''Movimiento Vasco de Liberación'' y Pastrana coincidió parcialmente con el mensaje subversivo, entretanto que sus interlocutores afilaban su retórica falaz y deslegitimadora de las instituciones democráticas.

La cuestión está en que los terroristas equívocamente asimilan como debilidad, los gestos y la generosidad del Estado y de la sociedad. Sólo comprenden en su relación con los ''otros'' el lenguaje de la violencia y creen que sólo ella permitirá cumplir sus objetivos. Parodiando a Lenin, ''la enfermedad infantil'' de los autoproclamados ''revolucionarios'' es hacer del proceder violento el único medio para imponerse y concebir el diálogo desde una perspectiva utilitaria a sus propósitos.

Estos antecedentes dejan lecciones. En las actuales circunstancias, en España y en Colombia, no es posible aspirar a la paz a través de la negociación. Hacerlo es pensar con el deseo. Pretenderlo es conferir réditos políticos a aparatos bélicos que en el mundo carecen de justificación. Es brindar una nueva ocasión para que la buena fe de una de las partes se emplee en la estrategia de fortalecimiento de la otra.

En el estado de derecho la fuerza se enfrenta con la fuerza legítima y no con sermones, ni vigilias rebosantes de buenas intenciones.

Mientras ''etarras'' y ''farianos'' mantengan su credo en los fusiles y cedan a la tentación terrorista, no existirá gobierno capaz de negociar su desmovilización. Mientras la sociedad no los enfrente unida, el establecimiento político no los condene en una sola voz y no se doblegue su voluntad de lucha, los violentos tendrán siempre oportunidad de continuar su accionar. El único camino es la firmeza en el ejercicio de la autoridad del Estado democrático y la plena vigencia de la Constitución.

Escríbame a: rafaguarin@gmail.com