viernes, octubre 09, 2009

LAS TARAS DE ANDRÉS FELIPE


Semana.com - 8 de octubre de 2009

RAFAEL GUARÍN

Coincido con la oposición en el debate sobre Agro Ingreso Seguro. No se trata de estar del lado de Uribe o de sus críticos. La cuestión es simple, así como ser antiuribista no puede ser excusa para ser blando con el terrorismo, ser uribista no puede ser excusa para ser blando con la corrupción.

Y corrupción es lo que hay en este caso. No basta con el argumento de legalidad del exministro Andrés Felipe Arias para exorcizar cualquier reproche a su gestión. En una democracia, además de observar el Estado de Derecho, las decisiones deben ser legítimas, atender el escrutinio ciudadano y la responsabilidad política. La forma en que se distribuyeron los subsidios podrá ser muy legal pero es absolutamente inmoral.

La corrupción no se limita a conductas delictivas. Así se ampare en la ley, el favoritismo y el ejercicio del poder al servicio de intereses particulares, en contra del bien general, es también corrupción. Exactamente lo que ocurre al regalar los impuestos de los colombianos a una minoría privilegiada en lo social, poderosa en lo político y rica en lo económico.

La razón de ese vulgar despojo con destino a terratenientes, reinas de belleza, cantantes, familias adineradas e hijos de políticos corruptos, obedece a una tara ideológica y a un afán electorero del ex Ministro.

En el fondo está la perversa idea de que subsidiar a los pobres es botar el dinero. Únicamente los ricos pueden generar riqueza, contribuir al crecimiento económico y crear fuentes de empleo. Desde esa perspectiva, más racional es destinar millones de pesos a quienes tienen tierra y cuantiosos recursos, que pretender apoyar a pequeños emprendedores.

Gracias a dicha tara la propuesta de campaña del presidente Álvaro Uribe de convertir a Colombia en un “país de propietarios” se está cumpliendo, pero no vía promoción del acceso a la propiedad a quienes no la tienen o a aquellos a los que les fue arrebatada por el narcotráfico, el paramilitarismo y las Farc, sino volcando el aparato estatal al servicio de los grandes potentados de la tierra. ¡Una cosa absurda!

Esa misma idea explica que durante el ministerio de “Uribito” no se haya hecho ningún intento de reforma agraria, a pesar de contar con millones de hectáreas que deben expropiarse a las organizaciones criminales.

Se preguntará Arias: ¿Para qué entregar tierras a ineptos e incapaces de hacerlas producir? Y responderá: más eficiente y eficaz es apoyar a los terratenientes y adinerados propietarios que sí generaran riqueza y no a las grandes masas de desharrapados y desplazados que cunden como plaga por las montañas y sabanas del país.

No solo es un concepto elitista, excluyente y que fragmenta más la sociedad, sino una institucionalizada manera de reproducir relaciones de sometimiento en el campo, de control político y de explotación. Dicha política anula la posibilidad de explorar caminos para democratizar la propiedad y de formas de propiedad colectiva de la tierra (así suene socialista) que fomenten el acceso a la misma a los campesinos pobres.

De la igual manera, impide adelantar iniciativas orientadas a enfrentar en las zonas rurales las condiciones de marginamiento y pobreza extrema que aprovechan las organizaciones de narcotraficantes y grupos armados ilegales.

Resulta una estupidez monumental regalar a familias ricas miles de millones de pesos mientras no se invierten los recursos necesarios para construir legitimidad estatal en el sur del Tolima y en otros enclaves históricos de la guerrilla. Para eso no hay plata, ni voluntad política y no puede haberla pues la tara ideológica convierte esa inversión en un gasto irracional.

La segunda razón es mucho menos elaborada. No se trata de pagar apoyos a la elección o reelección de Uribe. Todo el mundo sabe y las encuestas lo demuestran que no necesita de tales maniobras para mantener el apoyo popular. No así la desbocada y loca carrera del joven Andrés Felipe que, al mejor estilo samperista en el proceso 8000, decidió ganar adeptos feriando los impuestos y el Estado.

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martes, octubre 06, 2009

LOS MITOS DEL TERRORISMO


Especial para Facebook
RAFAEL GUARÍN

Justificar su existencia y la decisión de optar por la violencia es indispensable para los grupos terroristas. Tales organizaciones saben que la violencia no es suficiente para cumplir su objetivo y de la necesidad de combinarla con otros instrumentos y medios que permitan la movilización ciudadana a su favor.

La revolución sobreviene, siguiendo a Von der Heydte, cuando la fórmula en que se sustenta un orden político pierde vigencia, esto es, que agota su legitimidad y es reemplazada por una nueva, la que proponen los terroristas. Por esa razón, el cumplimiento del objetivo político implica instalar esa nueva fórmula, lo cual se alcanza si ésta obtiene legitimidad, es decir, si consigue coincidir con los valores y las ideas imperantes en la sociedad.

Para lograrlo, los terroristas deben ofrecer a los ciudadanos una lectura de la historia que justifique su actividad y propósitos. La manera en que se relatan los acontecimientos, se adjudican responsabilidades, se exaltan o condenan individuos o grupos y se explica el presente, resulta decisiva en la posibilidad de que el proyecto impulsado por los terroristas gane la legitimidad necesaria para imponerse.

Por esa razón, una de las tareas permanentes es la creación de mitos legitimadores. Se trata de convertir ciertos acontecimientos en hechos que permiten explicar el presente y justificar conductas futuras. Más que el hecho en sí, lo importante es el significado y alcance que se le otorgue, al igual que lograr que sea interiorizado por el colectivo del cual se busca obtener apoyo. Esto explica que las organizaciones terroristas insistan hasta la saciedad en las supuestas “causas del conflicto” y que cada de una de sus operaciones se cubra con idéntico manto discursivo.

En ese contexto, se entiende por mito una historia ficticia construida sobre sucesos reales cuya narración e interpretación obedece a determinados intereses políticos y visión de la sociedad. Los mitos políticos determinan la acción política, pues al ser aceptados por la sociedad se convierten en condicionante de sus actitudes y conductas.

Tal y como lo describe Ernst Cassirer en “El Mito del Estado”, los “nuevos mitos políticos no surgen libremente”. “Son cosas artificiales, fabricadas por artífices muy expertos y habilidosos”. Dicha característica es clave a la hora de interpretar el papel de los mitos en el terrorismo y su utilización por parte de los agentes políticos. El profesor Antonio Elorza tiene razón al afirmar que la “historia no hace el mito; es el mito el que se convierte en historia”.

Los mitos enmarcan los enfoques, fijan las percepciones de los involucrados, son imprescindibles en la adhesión popular que buscan los grupos terroristas y en el reclutamiento de nuevos integrantes. Tienen también que ver con la decisión de mantener la violencia y constituyen un elemento de cohesión interna. Un aparato armado que impugna el orden político debe contar con un discurso en que los mitos se repiten y se extienden, al tiempo que proporcionan una explicación a su existencia y una justificación para sus miembros. En virtud del mito se avala el asesinato, los carros bombas, el secuestro y, en general, el empleo de todo tipo de acciones terroristas. El mito permite además descargar la responsabilidad de los propios crímenes en el enemigo o en la sociedad, nunca en la organización terrorista.

Al examinar los casos de Irlanda del Norte con IRA y del País Vasco con ETA se ratifica la forma en que los mitos y la manipulación de la historia se vinculan íntimamente a la existencia y actuación de los grupos terroristas.

Las FARC son muy diestras en el manejo del mito. Antes de su fundación oficial y con el surgimiento de las primeras guerrillas comunistas, en los años cincuenta, una de las principales tareas ha sido la de escribir una narrativa que justifique la violencia. Son muchos los ejemplos que se pueden citar, pero dejémoslos para la siguiente columna, por lo pronto, subrayemos que una línea de acción antiterrorista es la de desmitificar aquellos acontecimientos que sirven de sustento al discurso de las agrupaciones violentas presentándolos en su real dimensión.

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