lunes, marzo 17, 2008

EL MITO DE QUE LAS FARC NO SON DERROTABLES

Publicado el lunes 17 de marzo de 2008.


RAFAEL GUARÍN


La permanencia durante más de cuarenta años de las Farc se debe, entre otras cosas, a la calculada construcción de mitos destinados a legitimar su existencia. Uno de ellos es la idea de que la guerrilla no es derrotable y que la única “salida al conflicto armado” es la “negociación política”.

La “inderrotabilidad” de las Farc se une con otro mito: el de la “resistencia”. La literatura fariana se esfuerza por presentar al grupo armado como respuesta ante la opresión de dos mitos más: el “Estado terrorista” y los “crímenes de Estado”. Así, el uso de la violencia no es una opción, es una imposición del enemigo, pues, “el problema de las vías no depende de los revolucionarios sino de los reaccionarios”.

Pero estos discursos nunca han sido inocentes. Menos ahora. “Tirofijo” trata de tejer un imaginario colectivo capaz de derrotar la acción estatal. Su experiencia le enseñó que la guerra no se hace solamente con los fusiles y en las montañas. Descubrió que existen recursos más letales y eficaces, cuando las armas son las creencias y el campo de batalla las mentes de los ciudadanos.

En 1983, en entrevista con la Revista Semana, Jacobo Arenas contó esa estrategia: la tregua unilateral de las Farc “no fue en torno a la paz sino en torno a las elecciones de marzo y mayo de 1982”. El resultado fue posicionar en la agenda política la “salida negociada”. Alfonso López Michelsen se apresuró a declarar que la “paz es liberal” y Belisario Betancur a contestar que la “paz es nacional”. El desenlace fue un proceso de paz que dio visibilidad política a las guerrillas, deslegitimó el Estado que adoptó el discurso de las “causas objetivas de la violencia” y ayudó a consolidar los mitos legitimadores del crimen. La fórmula la repitieron exitosamente en 1998.

La lección está aprendida. Aprovechando las contradicciones de quienes juegan con las reglas de la democracia, aspiran en los comicios de 2010 volver a colocar la negociación en el primer punto de las preferencias ciudadanas y doblar la página de la seguridad democrática. Los documentos encontrados en el computador de Reyes lo demuestran y descubren ese propósito en múltiples declaraciones públicas y movimientos tácticos de las Farc, con la excusa del “acuerdo humanitario” y la decisiva ayuda del camarada Hugo Chávez.

Es la aplicación fariana de la lógica gubernamental que busca doblegar la voluntad de lucha de las guerrillas a través de la asfixia militar y política. El Secretariado apunta a lo mismo empleándose a fondo en esos dos aspectos. En el primero, abona el mito de la “inderrotabilidad” desgastando la fuerza pública, replegándose a lugares cada vez más inhóspitos y efectuando actos terroristas que pretenden subyugar a la sociedad.

La supuesta inderrotabilidad está ligada en lo político a conseguir legitimidad internacional y quebrar la voluntad de lucha del Estado en las urnas. Ambicionan la elección de “un nuevo gobierno compenetrado con la necesidad de la paz”, es decir, cuya prioridad sea la “negociación política”, que “tome la decisión de regresar las tropas a sus cuarteles” y de “exigir la salida del país de las tropas y asesores estadounidenses”, de acuerdo al “Manifiesto de las Farc” del 1 de octubre de 2007.

Lo que no conjeturaron, pues no hizo parte de capítulos anteriores, fueron los adversos efectos de la combinación de una política de firmeza y de su consecuente apropiación ciudadana. El mito de la “inderrotabilidad” está desapareciendo mientras el cerco se estrecha cada vez más sobre las Farc. La guerrilla no tiene capacidad de ejercer control territorial alguno, enfrenta una avalancha de desmovilizaciones que en sólo 2007 alcanzó la cifra record de 2.480 y la caída de jefes antes intocables.

Muy grave es la desarticulación del mando comprobada con el asesinato de los once diputados, para no detenerse en los problemas de comunicación y coordinación develados en el caso Emmanuel y en el aislamiento de Iván Ríos. Más estrepitosa es la aguda descomposición interna resultado de la presión de las Fuerzas Militares, la política de recompensas y la sustitución de la convicción política por el afán de riqueza. La desconfianza debe imperar en los cambuches.

No obstante tener como aliados a gobiernos de la revolución bolivariana, los refugios en territorios de esos países, hasta hace poco seguros, tienden a restringirse debido a la presión internacional y la posibilidad de ser tratados como Estados patrocinadores del terrorismo. De lograr neutralizarlos, cuestión difícil en el caso Chávez, las Farc quedarán reducidas a su verdadera dimensión. Esta se amplifica sólo por su acción en Internet y los secuestrados, que aunque les servirán para seguir obteniendo ventana internacional, ratifican su condición de criminales de lesa humanidad y terroristas.

Pero lo más fatal para las Farc es que los ciudadanos convirtieron una política gubernamental en una política de Estado. Por encima de los dirigentes, los partidos y las divisiones que estos temas generan, los colombianos ya escogieron el camino de la firmeza, con lo cual el escenario que proyectaban en 2010 es cada vez más remoto.

Tal y como avanzan los acontecimientos, los mitos de “resistencia” e “inderrotabilidad” están ya rotos. También el de la “negociación” a cualquier costo. Ninguna guerrilla resiste sin combatir, no cuatro, sino doce o dieciséis años, si se mantiene la política de seguridad democrática. Lo que en comienzo fue un repliegue organizado para conservar fuerzas, es hoy física incapacidad para adelantar una “ofensiva general”. Las Farc seguirán languideciendo y resquebrajándose mientras se mantenga la firmeza contra el terrorismo. Más temprano que tarde harán parte de esa historia que nunca debimos vivir.

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