miércoles, mayo 28, 2008

LAS FARC DESPUÉS DE MARULANDA

EL NUEVO HERALD - Miami. Publicado el miércoles 28 de mayo del 2008

Foto: Archivo El Tiempo. En la Uribe. De derecha a izquierda: La vieja guardia: Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. El nuevo cabecilla: Alfonso Cano


La muerte de Manuel Marulanda, los duros golpes que las FARC han recibido de la fuerza pública, el repudio de la sociedad colombiana, el descubrimiento de sus aliados foráneos y el inicio del desmantelamiento del entramado político legal, plantean serios interrogantes sobre el futuro de esa organización.

La estructura de la guerrilla, los reglamentos de funcionamiento y la obtusa terquedad de sus líderes, les ayudará temporalmente a sobrellevar la adversidad y tratar de conservar la cohesión interna. La organización recompondrá el Secretariado, procurará continuar el desarrollo del ''plan estratégico'', la aplicación de las directrices de la IX Conferencia y la preparación de la ofensiva general ordenada por Tirofijo el pasado 1 de enero. La prioridad seguirá siendo salvaguardar el aparato bélico y la acción política en el exterior, enmarcada en la revolución chavista y la Coordinadora Continental Bolivariana. Tampoco renunciará a tener en la mira las elecciones presidenciales del 2010, no cederá un milímetro en reclamar la desmilitarización de Pradera y Florida, ni liberará a los secuestrados, pues saben que son su carta más importante. En síntesis, no cambiará nada en el corto plazo.

Pero el mantenimiento de la presión militar y la asfixia política amenaza con sacar a las FARC de ese círculo vicioso, que no las llevará a ninguna parte. Los desastres militares y el relevo de los últimos ''marquetalianos'' (fundadores) por una generación que incluye dirigentes formados en las ciudades, debería impactar su dinámica. En principio, es previsible que esto genere espacios de reflexión donde se contemple la posibilidad de comenzar un lento viraje hacia la negociación con el gobierno. A diferencia de los procesos de paz de 1982 y 1998, en este caso, deberán tener la voluntad de desmovilizarse y entregar las armas. Mientras subsista la política de seguridad democrática, la mesa de diálogo no puede repetirse como movimiento táctico dentro de una estrategia de guerra.

A favor de ese escenario está que el nuevo jefe, Alfonso Cano, integra la llamada línea política de la guerrilla; también, el proceso de fragmentación interna y la oportunidad que les ofrece un contexto político de izquierda en América Latina. No obstante ser el camino ideal parecería inviable en el corto plazo. A pesar de todo, las FARC creen que están aguantando con éxito la arremetida, alimentan su mito de resistencia y los asiste la esperanza de que al final la política gubernamental será insuficiente para derrotarlos.

En realidad, las cosas no son tan fáciles para los herederos de Tirofijo. La desaparición de quien oficiaba de bisagra entre el ala militarista y la política tenderá a exacerbar las contradicciones internas. Si Cano no es capaz de manejarlas adecuadamente, se agravarán las condiciones de la guerrilla, dado los tremendos problemas de comando, control y comunicaciones que enfrenta, el severo debilitamiento de las convicciones revolucionarias, la penetración del poder corruptor del narcotráfico y la comprobada eficacia de las recompensas.

Contra la unidad guerrillera conspiran, además, el desconcierto, los juicios de responsabilidad y las diferentes interpretaciones sobre lo que está ocurriendo: mientras algunos farianos piensan que todo es resultado de no emplearse a fondo militarmente y de no jugar duro con terrorismo urbano, otros creen que el énfasis debe ser la guerra política, aprovechando la coyuntura regional y el final del mandato de Alvaro Uribe. En ese contexto, no hay que descartar reyertas violentas durante el período de transición o que la línea militarista y los frentes dedicados por completo al narcotráfico ejerzan todo su peso, incluso, pretendiendo exterminar a dirigentes acusados de aceptar acuerdos con el Estado.

Si se agudiza la división, las FARC estarán al borde de su implosión definitiva. Una muy importante facción negociaría su desmovilización con el Estado, sometiéndose a la ley de justicia y paz; lo anunció Karina: ''prefiero la cárcel a la selva''. Otras estructuras se quitarán la máscara para concentrarse sin reatos en el narcotráfico, aliados con bandas emergentes y nuevos carteles de la droga. Sólo un pequeño número, seguramente, en aisladas zonas de influencia histórica, no renunciará a los fusiles. Es un salto de cincuenta años al pasado.

El gobierno debe obrar con audacia. Es necesario desempolvar la propuesta hecha por el presidente Uribe en agosto del 2006 de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para la paz, previa desmovilización y desarme de las FARC. Del mismo modo, acentuar las recompensas, desarrollar un agresivo programa de atención integral en zonas que son el último refugio de la organización criminal y replantear la relación con los campesinos cocaleros. Es importante no llamarse a engaños; aunque se derrumbó el mito de ''inderrotabilidad'' que le sirvió de cómplice a la guerrilla para cabalgar durante más de cuatro décadas en el lomo de la violencia, es prematuro afirmar que se encuentra en estado terminal y en una situación irreversible. Por lo pronto, esperamos el minuto de silencio que Chávez y Correa ofrezcan al camarada fallecido. Ortega se les adelantó.

www.rafaelguarin.blogspot.com

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