PEDRO MEDELLÍN
Nadie está tomando seriamente lo que está ocurriendo en la frontera colombo-venezolana. Ni la seguidilla de ataques y muertos en uno y otro lado de la frontera, ni mucho menos el cúmulo de intereses que se están moviendo detrás de la conflictiva situación. Ya no sólo son los traficantes de armas quienes se frotan las manos ante la expectativa de una confrontación armada entre los dos países. También los analistas de la geopolítica mundial comienzan a expresar sus preocupaciones por lo que pueda ocurrir en esa frontera.
Y tienen razón. Una cosa es que en Colombia se frivolicen las advertencias de acción militar de Chávez, al reducirlas a una actitud paranoide, o al intento de tender una cortina de humo para esconder su crisis interna. Pero otra muy distinta ocurre cuando esas mismas advertencias se ponen en el contexto del enfrentamiento entre Irán e Israel.
Es decir, en el escenario de dos países que amenazan con destruirse, y ahora "se desafían en Latinoamérica tomando partido por Chávez y Uribe", como resume un informe dominical del diario El Mundo de Madrid.
Y es aquí donde adquieren otro sentido asuntos como la muerte accidental de cuatro pasdaranes (miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní) de alto rango, que podrían estar entrenando a militares venezolanos en el uso de tecnologías para el control de la frontera con Colombia (según versiones del diario árabe Ash Sharq Al Awsat, recogidas por El Mundo), o las preocupaciones de la cancillería israelí por la aparición de células de Hezbolá en la Guajira colombiana, que "no sólo sirven para celebrar ceremonias religiosas, sino también para recolectar dinero y mandar a Oriente Medio".
En la batalla por el apoyo de los latinoamericanos, iraníes e israelíes no han cedido un centímetro. A la intensa actividad diplomática desplegada por Irán, en la firma de acuerdos de cooperación técnica y asistencia económica con Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Brasil, el gobierno de Israel respondió duro.
Primero, en julio de este año, con la gira de su Canciller por Argentina, Brasil, Colombia y Perú, que la prensa no tardó en calificar como una "campaña contra el régimen iraní en Suramérica". Y luego, este fin de semana, con la visita del presidente Shimon Peres a Brasil buscando desactivar cualquier posibilidad de que se firme un acuerdo energético con Irán.
Como se sabe, el presidente Lula da Silva fue uno de los primeros líderes mundiales en reconocer la victoria electoral del presidente iraní, al tiempo que Teherán afirmó que el gobernante brasileño será el primer dirigente en ser visitado por Ahmadineyad en su nuevo mandato. Para unos y otros, la inminente entrada de Brasil al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas le da un valor crucial al apoyo que puedan obtener del país suramericano.
Paradójicamente, la ampliación de los acuerdos de cooperación militar con Colombia se vuelven un problema para Washington. Lejos de ser una ventaja estratégica, el acceso a las bases militares colombianas se va a convertir en un factor de presión israelí para que los Estados Unidos contengan el avance iraní en el continente americano. Y en una disculpa para que los iraníes invoquen la necesidad de hacer valer el eje de unidad contra el país del norte. En esa perspectiva, quién sabe hasta dónde estará dispuesto a ir el gobierno de Washington para defender de un ataque a su aliado suramericano.
Lo cierto es que el ambiente de preguerra que se vive en la frontera colombo-venezolana no parece tener una salida clara. Al tomar partido con Chávez y Uribe, Irán e Israel bloquearán cualquier posibilidad de acuerdo entre Caracas y Bogotá.
En este escenario, Colombia debe tener muy claro que, ante la interferencia activa de intereses extrarregionales, cualquier acción armada a uno u otro lado de la frontera con Venezuela la puede dejar atrapada en una guerra que no es ni será suya.
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