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Intervención de Rafael Guarín
Campus FAES Colombia
Cuando se habla de Estado fuerte en esta región del
planeta, luego de las dictaduras de los años 70 y del advenimiento de la democracia
en la década siguiente, inmediatamente se despiertan sospechas en algunos
sectores políticos.
La razón, la noción de Estado fuerte la asocian algunos
con la idea de dictaduras, regímenes autoritarios, supresión de la democracia,
regímenes de facto, preponderancia del poder militar, represión, violación de
los derechos humanos y restricción de las libertades de pensamiento, opinión y
expresión.
Otros aluden a que un Estado fuerte es aquel que tiene
una sobredimensionada intervención en la economía y el orden social, que
cercena la iniciativa individual.
En fin, cuando se habla de Estado fuerte, algunos tienden
a hacer alusión, en países como Colombia, a discursos de extrema derecha;
especialmente desde la izquierda, olvidando las dictaduras del proletariado.
¿Pero, en realidad, a qué se refiere un Estado fuerte en una democracia?
Un Estado fuerte nada tiene que ver con lo anteriormente
expuesto.
Un
Estado fuerte es aquel que cuenta con instituciones sólidas y cumple cabalmente
sus funciones como garante de la democracia y de los derechos humanos, al
tiempo que preserva un orden social sustentado en el respeto a la dignidad
humana y que favorece la libertad.
Un
Estado fuerte se nutre de una ética pública cuya utilidad es promover la
probidad y orientar el comportamiento de los servidores públicos y de los
políticos. Esto es muy importante, pues es evidente que las instituciones no
tienen atributos humanos y que son sus gestores o líderes los que les imprimen
un comportamiento determinado.
Un Estado fuerte está en capacidad de evitar la violencia
que en el seno de la comunidad política pueden desplegar unos contra otros o
unos contra el Estado mismo, sea previniéndola o reaccionando con firmeza en
aplicación de la ley.
Un Estado fuerte es también el que está en capacidad de
proporcionar seguridad ante amenazas externas para preservar la existencia de
la Nación, de su territorio y de las instituciones y normas que regulan el
funcionamiento de la sociedad.
En mi opinión, un Estado fuerte se sustenta en la
vigencia rigurosa de dos principios fundamentales: legalidad y legitimidad.
Para abordar estos dos puntos, recordemos algunos
conceptos básicos. El poder se vincula en Max Weber a la pareja coerción –
consenso, que son dos caras de la misma moneda.
El poder que se asocia al Estado siempre tiene capacidad
coercitiva y conlleva aceptación.
La propensión de todo poder político es utilizar al
mínimo el elemento coercitivo y propugna porque prime el consenso. Pero siempre
el aspecto coercitivo estará presente, nunca se puede prescindir de él.
En los regímenes democráticos prima el consenso y en los regímenes
autoritarios se impone la fuerza, pero aún, en este último, se pretende construir
consenso.
Un Estado legítimo es un Estado cuyas instituciones y
decisiones son acatadas por los ciudadanos y cuentan con su apoyo.
El consentimiento ciudadano es elemento esencial de un
Estado legítimo y de un Estado fuerte. Dicho consentimiento se deriva de la
convicción de que la organización del Estado y el funcionamiento de las
instituciones atienden el bien común y no los intereses particulares de quienes
detentan el poder.
La vigencia del pensamiento de Aristóteles no admite
discusión en esta cuestión. En el siglo IV antes de Cristo, al exponer la
teoría clásica de las Formas de Gobierno, señaló que las constituciones rectas
existen “cuando el uno, pocos o la mayoría ejercen el poder en vista del
interés general”.
Norberto Bobbio, por su parte, nos recuerda que, desde el
punto de vista aristotélico, “cuando los gobernantes aprovechan el poder que
recibieron o conquistaron para luchar por intereses particulares, la comunidad
política se desvía de su objetivo, y la forma política que asume es una forma
corrupta o degenerada con respecto a la pura, es decir, en referencia al
objetivo”.
Sin duda, la fortaleza del Estado en una democracia surge
entonces, no tanto de la capacidad de su aparato coercitivo, sino sobre todo de
la legitimidad de sus instituciones y de las decisiones que son tomadas por las
autoridades y que afectan al conjunto de la sociedad.
Ahora, hablemos un poco sobre el principio de legalidad.
El poder en el Estado moderno se regula a través del
estado de derecho mientras la legitimidad, desde finales del siglo XVIII, se
apoya en la Constitución.
En consecuencia, un Estado es fuerte cuando su proceder
se basa en el riguroso respeto a la ley.
Un Estado es fuerte cuando la ley delimita el ejercicio
del poder del Estado y somete las actuaciones de los servidores públicos.
Es fuerte en la medida que garantiza las libertades
ciudadanas y procura la concordia interior, mediante el derecho.
El imperio de la ley es garantía de derechos, condición
de la convivencia democrática y base de actuación del Estado cuando debe
movilizar sus recursos coercitivos para enfrentar a quienes violan el
ordenamiento jurídico o ponen en peligro la existencia de la comunidad política.
Implica el monopolio de las armas o, como algunos autores
lo denominan, de la violencia legítima.
Pero lo más
importante es que la Constitución y la ley en un Estado Fuerte no son letra
muerta. Son normas de aplicación rigurosa. El Estado fuerte es celoso cumplidor
de la ley y celoso en hacerla cumplir a los asociados.
Así, la fortaleza
del Estado radica en la observancia de la ley, en que la ley sea legítima y en
que las decisiones de las autoridades también lo sean.
Es decir, en
asegurar que las leyes, como las actuaciones de los gobernantes, tengan
conformidad con los valores de una sociedad, que van más allá de la misma ley y
de la Constitución.
Cuando la ley
refleja tales valores hay coincidencia con la legitimidad, pero puede ocurrir
lo contrario y desencadenar la desobediencia civil, como sucede en el actual
debate relacionado con la aprobación legal, pero no legítima, de la Reforma a
la Justicia.
En un Estado
fuerte hay plena coincidencia entre ley y legitimidad, lo que produce
estabilidad política y aceptación por parte de la comunidad.
¿Ahora, qué relación guarda la fortaleza del
Estado con la seguridad y la lucha contra el terrorismo?
Para avanzar en
este punto debemos primero precisar que se entiende por terrorismo.
A pesar de que no hay una definición
aceptada en el derecho internacional, sí existen más de 16 instrumentos
internacionales y varias resoluciones emitidas en el marco de la ONU y
organizaciones regionales que tratan el problema del terrorismo, tales como la
Convención Interamericana contra el Terrorismo y el Convenio Internacional para
la Represión de los Actos de Terrorismo Nuclear. Inclusive existe un Estrategia
Mundial de la ONU contra el Terrorismo.
La dificultad para una definición aceptada
por la comunidad internacional no impide que sea posible identificar cuándo un
acto es terrorista y cuándo una organización practica el terrorismo. O cuándo
un Estado hace del terror un instrumento de dominación.
Mencionaré tan solo algunos de los rasgos
característicos del terrorismo:
Se trata de actos premeditados, planeados.
Su objetivo inicial es generar miedo,
difundir pánico. Buscan suscitar reacciones emocionales como ansiedad,
incertidumbre o amedrentamiento.
Es un arma de guerra psicológica con fines políticos.
Su objetivo es condicionar actitudes y
dirigir comportamientos.
El uso del terror tiene un objetivo. Su objetivo final es de carácter
político: pretende que la sociedad y los gobiernos cedan a las demandas de
quien lo emplea.
No son actos aislados. Hacen parte de una
estrategia.
Buscan apoyo en los ciudadanos, desconcertar
a la población y socavar la confianza en el Estado.
El terror se emplea en el marco de una
guerra irregular. Pero también en el de una guerra convencional.
En síntesis, el terrorismo, de acuerdo con Peter Waldmann, se expresa en “atentados
violentos, escandalosos contra un orden político, preparados y organizados
desde la clandestinidad. Su finalidad es difundir en primer lugar inseguridad y
miedo, pero también simpatía y predisposición al apoyo”.
De este modo, el terrorismo tiene como propósito romper
los dos principios sobre los que se funda el Estado fuerte. Busca desconocer la
ley y la legitimidad del Estado que se combate.
Ese fin se evidencia claramente cuando el terrorismo se
emplea de forma sistemática en el marco de una guerra irregular, como ocurre en
el caso colombiano.
Los teóricos coinciden en que la guerra irregular es
fundamentalmente una guerra por la legitimidad en la que tanto la táctica como la
estrategia terrorista se basan en combinar la acción política y violenta contra
el Estado a partir de impactar psicológicamente a la población.
En ese juego, la creación de mitos legitimadores del
terrorismo es primordial, por lo que la movilización a favor de los terroristas
o la neutralización de la respuesta del Estado es fundamental para quienes
ejercen la violencia con propósitos políticos.
Para los terroristas es indispensable desafiar el Estado
para demostrar con su actividad que la aplicación de la ley tiene grietas o que
su organización está por encima de la ley y la Constitución, a la vez que las
obvian porque representan precisamente lo que quieren destruir.
La habilidad del terrorismo llega a su punto máximo
cuando es capaz de emplear el estado de derecho contra el estado de derecho
mismo. En otras palabras, cuando utiliza las herramientas constitucionales y
legales para apalancar su acción violenta y política contra la propia
Constitución.
De esta manera, el terrorismo requiere quebrar la
legalidad, deslegitimar el Estado y legitimar su propuesta de nuevo orden para
conseguir la realización de su objetivo político.
Llamo la atención ante el hecho de que dicha victoria, la
realización de su objetivo, no está supeditada a un triunfo militar, si se
entiende por este imponerse sobre la fuerza pública del Estado al que enfrentan.
El terrorismo logra la victoria cuando consigue romper la
legalidad y quebrar la legitimidad del Estado. Es la vía política, cabalgando
sobre la violencia, la que le permite cumplir sus objetivos.
Esto resalta que solo un Estado fuerte, descrito como se
hizo al comienzo de esta disertación, es el único que puede enfrentar con éxito
al terrorismo.
Un Estado legítimo y basado en el Estado de derecho.
Eso implica disponer a la hora de garantizar la seguridad
de los ciudadanos los siguientes componentes en un Estado fuerte:
Primero, una ciudadanía
que sienta reflejados sus valores en las instituciones y decisiones que toman
las autoridades en el Estado.
Esto posibilita contar con una sociedad unida en defensa
de la Constitución y que respalda activamente al Estado en la lucha contra el
terrorismo.
Supone una sociedad que no legitima el empleo de la
violencia y no la valida como medio de acción política.Implica una comunidad política en la que los ciudadanos rechazan activamente el terrorismo y no están dispuestos a hacer concesiones al crimen.
Una sociedad en la que se sustenta la voluntad política
del Estado en desarticular las amenazas terroristas.
Una sociedad que reclama justicia, no acepta impunidad
para los crímenes ni compra la tesis que justifica la violencia, acudiendo al
falaz argumento de que los terroristas matan por altruismo. Hay que repetirlo
mil veces: ni IRA, ni ETA, como tampoco Al Qaeda, ni mucho menos las FARC
cometen atrocidades por altruismo.
Finalmente, una sociedad que se convierte en un límite,
en una barrera eficaz para impedir la tentación de debilidad que suele contagiar
a los gobernantes.
Segundo, un conjunto de
instituciones organizadas y dispuestas a mantener el imperio de la ley y a no aceptar
que se controvierta la Constitución ni el orden social, político y económico con
medios extraconstitucionales que aborrecen la democracia.
Esto comprende un Gobierno que tenga claro que es
aplicando la ley y no reconociendo legitimidad a los terroristas como se les
consigue derrotar.
Un ejecutivo que adopte una política de firmeza, dirigida
a doblegar la voluntad de los grupos terroristas de mantener la violencia, empleando
todos los recursos del estado de derecho y no, por el contrario, adoptando una
política de debilidad que parte de la base de que no es posible derrotar a los
terroristas o de que hay que garantizarles impunidad para que hagan la paz.
En fin, un Gobierno que tenga clara su propia legitimidad
y la del Estado que gobierna, así como que el conceder tratos especiales a los
terroristas lo único que hace es auparlos a continuar los atentados y la
violencia, al tiempo que los ayuda a cumplir su tarea de destronar la legalidad
y quebrar la legitimidad institucional.
Pero no es solamente una responsabilidad del Gobierno. Lo
es también del aparato de justicia, los partidos políticos y de los organismos
de control.
Un Estado Fuerte no es posible sin un aparato de justicia
eficiente y eficaz.
La impunidad se convierte en el principal aliciente de
los terroristas.
Cuando se viola la ley y no pasa nada, el mensaje que
reciben los delincuentes es que pueden violar una y otra vez el orden
establecido sin esperar castigo.
La justicia inoperante, sea por su falta de capacidad de
gestión o porque su orientación la ubica en quienes piensan que los terroristas
matan por altruismo, es el más grave problema que puede tener un Estado para
derrotar el crimen.
Pero hay escenarios peores, como el que acaba de ocurrir
en Colombia con la aprobación del Marco Jurídico para la Paz. No se trata de
ineficiencia o ineficacia, se trata de que el Estado renuncia a la persecución
penal de crímenes de lesa humanidad.
Cuando eso ocurre, no solo se legitima el crimen de lesa
humanidad como medio de acción política, sino que se expide una licencia para
continuar su realización.
No exagero al decir que la máxima expresión de una política
de debilidad es reformar la Constitución para validar, al dar impunidad, el
crimen atroz como medio para atacar la propia Constitución. Y mucho más si esto
se hace en medio de la confrontación con los terroristas, cuando estos arrecian
en sus acciones y cuando, además, rechazan marcos de impunidad, porque se
consideran en desarrollo de una guerra justa.
Pero sobre el Marco Jurídico para la Paz, si desean,
profundizamos en las preguntas.Un tercer punto, un aspecto esencial, ligado a la justicia y que completa la fortaleza que debe caracterizar al aparato coercitivo del Estado, es la eficiencia y la eficacia de los organismos y cuerpos de seguridad del Estado.
Organismos de policía y responsables de actividades de inteligencia y contrainteligencia son indispensables para enfrentar la amenaza terrorista.
Organismos que deben ser transparentes y actuar con
estricto apego a la Constitución y la ley.
Nada debilita más a un Estado que sean los gobernantes,
congresistas, jueces y sus organismos de seguridad los que violente la ley.
Cuando un agente del Estado, con la excusa de perseguir a
los terroristas, viola los derechos humanos, comete arbitrariedades y termina
por atacar a la población, los únicos que celebran son los terroristas que
encuentran que su acción ha dado resultado: llevaron a sus enemigos a romper el
estado de derecho y a deslegitimarse paulatinamente.
Cuarto rasgo que
caracteriza un Estado fuerte en la lucha contra la delincuencia: el
ordenamiento jurídico y su aplicación por parte de los operadores judiciales respeta
los derechos y las garantías individuales de quienes con sus crímenes se
convierten en victimarios, pero nunca la legislación puede ofrecerles
beneficios que signifiquen que los derechos que se les reconocen subordinen los
derechos de las víctimas.
Al igual que en la Paz Justa, en el Estado fuerte, no se
discrimina entre victimarios a costa de los derechos de las víctimas, ni se
discrimina a las víctimas para favorecer victimarios.
Las garantías a quienes arremeten contra la sociedad y
los derechos de las personas no pueden ir al extremo de convertirse en una
gabela que les permita la repetición. Es el caso del asesino de Rosa Cely.
Habiendo cometido un crimen anterior la justicia no actuó con la severidad que
hubiera impedido que acabara posteriormente con la vida de esta mujer.
En un Estado fuerte nunca sería concebible que se
re-victimizara a las víctimas para bridar impunidad a los victimarios. Jamás
sería posible que se les desconociera la posibilidad de acudir a un tribunal
para que se les reparara y ses atendiera su derecho subjetivo a que se
investigue, juzgue y condene a los victimarios.
Quinto elemento. Es muy
importante tenerlo claro, en especial para los jóvenes, como ustedes, que pretenden
ejercer liderazgo político y conducir a la nación.
El interés general prima sobre el interés particular. En
un Estado fuerte prevalece el interés de la comunidad política sobre las
aspiraciones de los diferentes grupos y personas que la componen. Ese interés
es señalado por los ciudadanos a través de los mecanismos democráticos
establecidos para ese fin.
En un Estado fuerte la supremacía de los derechos
individuales encuentra en el bien común, el bien de todos, un límite que en
todo caso no significará una restricción superior a la que permiten los
instrumentos internacionales de protección de los Derechos Humanos y la propia
Constitución.El interés general condiciona el ejercicio del gobierno pero también la conducta de los ciudadanos. Debe ser el impulso de toda la actividad estatal a la que deben contribuir, respetando su órbita de libertad, los ciudadanos desde los diferentes roles que cumplan en la sociedad.
La hegemonía del interés individual hace que el Estado se
emplee atendiendo los objetivos particulares y rompiendo con su misión de
contribuir al bienestar de la colectividad total. En un Estado fuerte esto
último es lo que importa, al tiempo que garantizar el pleno desarrollo de las
capacidades y ambiciones de cada individuo.
¿Cuál ha sido la experiencia en España? El en el combate a ETA ha estado basado en los asuntos
mencionados:
Una sociedad unida contra el terrorismo.
Unas instituciones organizadas y dispuestas a
desarticular a ETA. La implementación de medidas como la creación de la
Audiencia Nacional y la adopción de la Ley Orgánica de Partidos Políticos han
sido definitivas para elevar la eficacia de la justicia para atacar todas las
caras de la banda, incluida la política.
Y la eficiencia de los organismos y cuerpos de seguridad
del Estado.
Sumado a un cuarto aspecto: la cooperación binacional con
Francia y el conjunto de la UE para desarticular a ETA.
En Colombia tenemos hoy graves problemas en varios de
esos cuatro puntos, resultado de abandonar los preceptos que deben orientar un
Estado fuerte y sustituirlos por uno basado en discursos de debilidad y
legitimidad del crimen. Y con esto termino:
Una sociedad que durante ocho años de Política de
Seguridad Democrática estaba mayoritariamente cohesionada contra el terrorismo,
comienza a cuartearse a partir del cambio de discurso del Gobierno frente a las
FARC y al ELN.
Un Gobierno que no reconocía justas causas para el empleo
de la violencia y desconocía cualquier legitimidad a los terroristas, da paso a
otro que retoma los viejos discursos de las causas objetivas de la violencia y
que además reforma la Constitución para establecer las bases de impunidad para
los crímenes de lesa humanidad, pasados, presentes y futuros.
Una justicia que es eficaz para enfrentar la infiltración
o el contubernio de políticos con las AUC, lo cual celebramos; pero que es
absolutamente ineficaz para desarticular el entramado político de las FARC.
Una Fuerza Pública altamente eficiente, en un periodo de
transformación para responder con más eficacia a la adaptación de FARC y al
aumento de sus acciones, pero al tiempo gravemente afectada por la comisión de homicidios
en persona protegida, conocidos como falsos positivos.
Y un vecino sometido a una revolución que sustituye las
bases de la democracia liberal y que comparte un proyecto con una organización
que perpetra los mayores crímenes de lesa humanidad. El gobierno de Hugo Chávez
ha cooperado con Colombia en la persecución de narcotraficantes en su país,
mientras solo acosa a las FARC en la retórica. Venezuela sigue siendo refugio
del terrorismo y su gobierno uno de sus principales aliados, mientras utilizan
con destreza el silencio del gobierno colombiano.
Lo anterior dificulta en sumo grado acabar con el terror
y obliga a trabajar por la construcción de un Estado fuerte capaz de garantizar
la seguridad.
En conclusión:
El Estado fuerte es una necesidad para derrotar el
terrorismo y se sustenta en la vigencia absoluta, no relativa, del Estado de
derecho y en el robustecimiento de su legitimidad.
El gobernante en un Estado fuerte hacen suyo el precepto
fundamental de lo político, descrito por Julien Freund, en Sociología del
Conflicto: “debe saber prevenir lo peor y tener la capacidad de impedir que
ocurra”.
Como señala acertadamente este pensador francés: “Lo peor
de los políticos consiste en no prever nunca nada más que lo mejor, por ejemplo,
la paz ideal o la igualdad perfecta, y actuar en consecuencia, pues entonces el
político corre el riesgo de ser rápidamente arrastrado hacia complicaciones que
ha descartado ciegamente”.
Lo contrario al Estado fuerte es la política de la debilidad.
En Colombia la conocemos suficientemente desde 1982.
La política de la debilidad solo ha servido a los
terroristas para crecer, aumentar su influencia, ganar legitimidad, debilitar
al Estado, dividir a la sociedad y erosionar el estado de derecho y la
democracia en Colombia.
La política de debilidad agrava la violencia. Únicamente
un Estado fuerte nos conducirá a una Paz Justa, que respete los derechos de las
víctimas, garantice que no se repitan los crímenes y no permita la impunidad.
Finalmente, los gobiernos pueden equivocarse pero también
corregir el camino. Depende de nosotros, los ciudadanos, hacer que los gobiernos
corrijan y no claudiquen ante el crimen y el terrorismo.
Bogotá D. C., 25 de junio de 2012. Universidad Sergio
Arboleda.
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