RAFAEL GUARÍN
Crónica de un doloroso pero esperanzador encuentro en navidad entre las madres de las víctimas de los “falsos positivos” y el Comandante General de las Fuerzas Militares.
Es la tercera vez que se ven cara a cara. La anterior, hace cuatro meses. Al igual que en esta oportunidad, fue en las instalaciones de la personería de Soacha y a instancias de su titular, Fernando Escobar. En ambas ocasiones el encuentro fue difícil. No puede ser diferente para los familiares de las víctimas, menos en estas fechas, cuando los recuerdos de sus seres queridos y la tragedia de su desaparición los acompaña minuto a minuto. Tampoco fue fácil para el general Freddy Padilla. Percibir el profundo dolor, al igual que su justa indignación con el Ejército Nacional, no pasó inadvertido en el semblante y el ánimo de quien es sin duda uno de los mejores militares de las últimas décadas.
Ambas reuniones han sido una especie de terapia colectiva tanto para las víctimas como para los militares. Sinceridad, franqueza, crudeza y disposición a escuchar han sido el común denominador. De lado y lado se desnudaron pensamientos y emociones.
Las protagonistas son madres, algunas con nietos, pero todas solas, por lo menos en la batalla por la verdad, la justicia y la reparación. En algunos casos su historia se repite en sus hijas: son madres solteras que tienen enormes dificultades, en medio de extrema pobreza, para atender a sus hijos. Los padres literalmente no existen. “Hay padres pero no dan la cara”, me dijeron. Tal vez trabajo y la falta de tiempo o como dijo otra persona, más parece que “esta causa no es de varones” o, simplemente, que “¡no les duele lo mismo los hijos!”.
A pesar que el general inició la reunión resaltando el “espíritu navideño”, no demoró mucho la cascada de reclamos y reproches. Uno, repetido muchas veces, la exigencia de justicia. “Que se conozcan los culpables, se investiguen y procesen”, dijo uno de los asistentes. “Así como los ricos tienen oportunidad (de justicia)… los pobres también”, exclamó.
Una de las madres, llorando pero hablando con firmeza y dignidad, le dijo al general: “Me parece cruel de la vida cuando uno asiste a las audiencias y los señores militares involucrados en las muertes de nuestros hijos, en ese momento ellos no tienen alma, sentimientos, ellos lo que hacen es mirar a las madres y se están burlando”. “Esos militares no tuvieron compasión, corazón, alma, de quitarle la vida a nuestros muchachos”.
Los interrogantes se mantienen. Se preguntan los familiares por la causa y el motivo de lo ocurrido. ¿Por qué lo hicieron? “Mi hijo era un muchacho muy trabajador y humilde”, afirma una madre. Otra: “Yo… que he sido padre y madre con mis hijos, les he enseñado honestidad y respeto”. Razones que esgrime una más para justificar que no perdona “lo que dijo Uribe y Santos sobre los muchachos apenas se conocieron las muertes”, en realidad lo que hicieron fue repetir las palabras del entonces Fiscal Mario Iguarán.
Otras madres anhelan a sus hijos no solo por provenir de sus entrañas, sino porque eran “los hombres de la casa” o “mi mano derecha”. ¿Quién va a criar a mi nieto?”, se pregunta una de ellas, sentada al lado del general, en medio de tremendos sollozos. Antes de caer en los brazos de consuelo de su acompañante, una le confiesa a Padilla que “aunque yo haga el esfuerzo de recuperarme, no puedo, nunca lo haré”.
El general no pasa impávido. Todo lo contrario. Más que un hombre de guerra que cumple una formalidad, que no ha querido convertir en un espectáculo para los medios de comunicación, brota el ser humano consciente del drama y del dolor de las familias. Cada lamento por la ausencia le golpea directamente y este hombre que tiene que tomar decisiones muy duras, parece a veces deshacerse en explicaciones, consejos y reiteradas excusas en nombre de la institución militar.
La indignación ante los asesinatos no la disimula el general. Sabe, sin decirlo, que además de esos jóvenes las Fuerzas Militares también son víctimas. Como señaló un hermano de una de los muertos, que prestó el servicio militar, porto “el uniforme con gusto” y que lamentó darle la mano en esas circunstancias al general: “por unas personas, no pueden pagar todos”.
Ratificó que él y el presidente Uribe lo que quieren es justicia. “Así como hay militares implicados en estos crímenes, hay militares que son víctimas de falsas acusaciones”. “No queremos que a los justos los condenen, ni los delincuentes salgan libres”. Y recuerda que no le “cabía en la cabeza”, tampoco a Uribe, que esos crímenes estuvieran sucediendo y que “una persona de la institución llegara a ese grado de degeneramiento”. Y reitera a las madres: “Yo a ustedes les pedí excusas, les pedí perdón”.
A pesar de todo al final se evidencia que en Soacha la gente quiere, respalda y confía en las Fuerzas Militares. Los ciudadanos reclaman la presencia del ejército. No quieren que por ningún motivo se retiren “las bases de patrullaje” que comenzaron funcionando en carpas y precarias construcciones con tejas de zinc. El general anunció que se comenzará a edificar sus instalaciones, para que sean permanentes.
Una abuela pidió el traslado de un hermano de las víctimas que está en Cimitarra a una guarnición militar cercana a Bogotá para que su familia pueda visitarlo, eso sí, advirtiendo que estaban de acuerdo en que prestara el servicio militar.
En Soacha, como en el Ejército, durante muchas navidades se recordará esta amarga experiencia, pero a diferencia de los “falsos positivos” que se registran desde los años 80, estos asesinatos desataron la más grande crisis en la institución en los últimos años, que comienza a reflejarse favorablemente en informes como los del CINEP o en el generoso reconocimiento de José Fernando Isaza, rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y fuerte crítico del gobierno, a los avances en materia de derechos humanos de las Fuerzas Militares.
Al final, queda clara la importancia del perdón, de dignificar a las víctimas, conocer la verdad y de que los culpables respondan ante la justicia. A diferencia de lo que el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado MOVICE y organizaciones de derechos humanos que, según el personero, se oponen a estos encuentros, tales reuniones son indispensables no solo para las madres y las familias de los jóvenes asesinados, sino para que nunca más se repita esta cruel historia.
http://www.politicayseguridad.blogspot.com/
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