RAFAEL GUARÍN
12 de abril de 2010
La estrategia de las Farc ha sido darle tiempo al tiempo. Acostumbrados durante medio siglo a los vaivenes de los gobiernos en materia de seguridad y paz, toda su apuesta se concentró en aguantar la ofensiva política y militar de la administración de Álvaro Uribe, al tiempo que trabajar en la creación de condiciones propicias para volver a iniciar diálogos de paz.
Clausurado el santuario de El Caguán, el Mono Jojoy pretendió derrotar al ejército en las zonas en que mantuvo control. Quería demostrar la capacidad bélica de las Farc y convencer a la opinión pública y al gobierno de la imposibilidad de una victoria militar. Pero las cosas no salieron como pensaba. A medida que las operaciones militares se desplegaron, se evidenció su fracaso y la eficacia de la fuerza pública. La decisión entonces fue el repliegue y tratar de preservar fuerzas, optando, principalmente, por la utilización de artefactos explosivos improvisados y francotiradores.
Si en lo militar lo único viable era acudir a las acciones terroristas y retroceder a la típica guerra de guerrillas, en el plano político tenían muchas más cartas: un discurso entronizado que les concedía un ramillete de justificaciones a su existencia, el cuento generalizado de las “causas objetivas de la violencia”, sectores y líderes políticos amigos, la consigna del “acuerdo humanitario”, gobiernos cómplices de países vecinos, pasividad regional y todo un entramado político nacional e internacional dedicado a prestar soporte bajo el camuflado de la “salida política”.
Los documentos internos de esa organización permiten señalar que el esfuerzo del Secretariado fariano y toda su habilidad de maquinación se ha orientado a armonizar esos instrumentos para romper el aislamiento a que están sometidas las Farc, destruir el apoyo a la política de firmeza en su contra, agrietar la legitimidad del Estado, obtener reconocimiento como organización política alzada en armas y, emplear, una vez más, la táctica de la negociación.
La idea es sencilla: ante la incapacidad militar de derrotar al Estado, la vía adecuada es golpear con decisión el centro de gravedad de la política de seguridad, esto es, actuar sobre la voluntad de los ciudadanos y los gobiernos, con el propósito de frenar y desmontar la estrategia política y militar que paulatinamente los está acabando.
Desde la óptica de la guerra irregular el razonamiento es impecable, empero, todo indica que los Cano, Jojoy, Márquez y sus cómplices mimetizados en la legalidad, quedaran frustrados. La idea de una “convergencia y Acuerdo Nacional” con fuerzas políticas y sociales para “crear entre todos una nueva alternativa política de poder que se convierta en gobierno”, fracasó. Ocurrió lo mismo con el objetivo de que se eligiera en 2010 un nuevo “gobierno cuya divisa en política internacional sea la patria Grande y el Socialismo”, es decir, un satélite de Hugo Chávez.
La razón es que los candidatos presidenciales con mayor opción coinciden en que se debe mantener la dureza frente al terrorismo. A diferencia del pasado, en el que las campañas compitieron en dádivas y concesiones a las guerrillas, ahora es difícil distinguir quien es más vertical contra el crimen. Juan Manuel Santos ha sido el principal látigo y quien más resultados muestra en el combate a la guerrilla. Por su parte, Antanas Mockus ha dicho que “no hay nada que negociar con las Farc” y una de sus banderas es la “legalidad democrática”.
Ambos, Mockus y Santos, proscriben la violencia como método de acción política, de ahí, que juntos rechacen, al lado del PIN, al Polo Democrático, que difunde un discurso justificativo de la violencia y mantiene en su seno al Partido Comunista Colombiano, agrupación que sigue enarbolando la táctica y estrategia de la “combinación de todas las formas de lucha”, legales e ilegales.
Así, pues, Cano y compañía terminarán extrañando a Uribe. ¡Así es la vida, camaradas! Lo mejor que les podía pasar era su reelección. Tenían discurso para impugnarlo. Ahora, la cosa es a otro y más gravoso precio. Las próximas elecciones presidenciales prometen un fuerte liderazgo y una revolución ciudadana en las urnas, que se traducirá en mayor aislamiento de la guerrilla y en continuidad de la política de firmeza contra el terrorismo. Al final, todo no es más que una prueba de la estrategia fallida de las Farc.
*Profesor de Análisis del Terrorismo. Universidad del Rosario.
www.politicayseguridad.blogspot.com
12 de abril de 2010
La estrategia de las Farc ha sido darle tiempo al tiempo. Acostumbrados durante medio siglo a los vaivenes de los gobiernos en materia de seguridad y paz, toda su apuesta se concentró en aguantar la ofensiva política y militar de la administración de Álvaro Uribe, al tiempo que trabajar en la creación de condiciones propicias para volver a iniciar diálogos de paz.
Clausurado el santuario de El Caguán, el Mono Jojoy pretendió derrotar al ejército en las zonas en que mantuvo control. Quería demostrar la capacidad bélica de las Farc y convencer a la opinión pública y al gobierno de la imposibilidad de una victoria militar. Pero las cosas no salieron como pensaba. A medida que las operaciones militares se desplegaron, se evidenció su fracaso y la eficacia de la fuerza pública. La decisión entonces fue el repliegue y tratar de preservar fuerzas, optando, principalmente, por la utilización de artefactos explosivos improvisados y francotiradores.
Si en lo militar lo único viable era acudir a las acciones terroristas y retroceder a la típica guerra de guerrillas, en el plano político tenían muchas más cartas: un discurso entronizado que les concedía un ramillete de justificaciones a su existencia, el cuento generalizado de las “causas objetivas de la violencia”, sectores y líderes políticos amigos, la consigna del “acuerdo humanitario”, gobiernos cómplices de países vecinos, pasividad regional y todo un entramado político nacional e internacional dedicado a prestar soporte bajo el camuflado de la “salida política”.
Los documentos internos de esa organización permiten señalar que el esfuerzo del Secretariado fariano y toda su habilidad de maquinación se ha orientado a armonizar esos instrumentos para romper el aislamiento a que están sometidas las Farc, destruir el apoyo a la política de firmeza en su contra, agrietar la legitimidad del Estado, obtener reconocimiento como organización política alzada en armas y, emplear, una vez más, la táctica de la negociación.
La idea es sencilla: ante la incapacidad militar de derrotar al Estado, la vía adecuada es golpear con decisión el centro de gravedad de la política de seguridad, esto es, actuar sobre la voluntad de los ciudadanos y los gobiernos, con el propósito de frenar y desmontar la estrategia política y militar que paulatinamente los está acabando.
Desde la óptica de la guerra irregular el razonamiento es impecable, empero, todo indica que los Cano, Jojoy, Márquez y sus cómplices mimetizados en la legalidad, quedaran frustrados. La idea de una “convergencia y Acuerdo Nacional” con fuerzas políticas y sociales para “crear entre todos una nueva alternativa política de poder que se convierta en gobierno”, fracasó. Ocurrió lo mismo con el objetivo de que se eligiera en 2010 un nuevo “gobierno cuya divisa en política internacional sea la patria Grande y el Socialismo”, es decir, un satélite de Hugo Chávez.
La razón es que los candidatos presidenciales con mayor opción coinciden en que se debe mantener la dureza frente al terrorismo. A diferencia del pasado, en el que las campañas compitieron en dádivas y concesiones a las guerrillas, ahora es difícil distinguir quien es más vertical contra el crimen. Juan Manuel Santos ha sido el principal látigo y quien más resultados muestra en el combate a la guerrilla. Por su parte, Antanas Mockus ha dicho que “no hay nada que negociar con las Farc” y una de sus banderas es la “legalidad democrática”.
Ambos, Mockus y Santos, proscriben la violencia como método de acción política, de ahí, que juntos rechacen, al lado del PIN, al Polo Democrático, que difunde un discurso justificativo de la violencia y mantiene en su seno al Partido Comunista Colombiano, agrupación que sigue enarbolando la táctica y estrategia de la “combinación de todas las formas de lucha”, legales e ilegales.
Así, pues, Cano y compañía terminarán extrañando a Uribe. ¡Así es la vida, camaradas! Lo mejor que les podía pasar era su reelección. Tenían discurso para impugnarlo. Ahora, la cosa es a otro y más gravoso precio. Las próximas elecciones presidenciales prometen un fuerte liderazgo y una revolución ciudadana en las urnas, que se traducirá en mayor aislamiento de la guerrilla y en continuidad de la política de firmeza contra el terrorismo. Al final, todo no es más que una prueba de la estrategia fallida de las Farc.
*Profesor de Análisis del Terrorismo. Universidad del Rosario.
www.politicayseguridad.blogspot.com
RAFAEL, todo muy bonito pero Mockus propuso desmontar el ejercito colombiano, q opina ud de eso?
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