viernes, octubre 19, 2012

Las FARC, una historia plagada de crímenes atroces


Un excelente artículo de Salud Hernádez-Mora en el periódico español El Mundo


Publicado en el periódico El Mundo

Salud Hernández-Mora | Bogotá
Actualizado jueves 18/10/2012

Resulta imposible relatar el sinfín de crímenes atroces de las FARC. Sólo recordamos una minúscula parte de los que, por alguna razón, tuvieron relevancia en su momento. La inmensa mayoría pasaron desapercibidos:

Asesinato de seis pequeños. 15 de noviembre 1990. Con una carga de dinamita y ráfagas de fusil, segaron la vida de cuatro niñas y dos niños, patrulleritos de la Policía cívica juvenil, en Algeciras (Huila). Ataque a la Base militar de Las Delicias, Puerto Leguízamo (Putumayo). 30 de agosto de 1996. Unos 450 guerrilleros asesinaron a veintisiete militares, hirieron a dieciséis y secuestraron a sesenta. Diez meses más tarde, les liberaron.
Ataque en El Billar (Caquetá) 1 de marzo de 1998. El mayor revés que hayan sufrido las Fuerzas Militares. Ciento cincuenta y tres uniformados fueron atacados por mil guerrilleros. El resultado: sesenta y cuatro soldados muertos, algunos rematados a machete, diecinueve heridos y cuarenta y tres secuestrados. Diez años más tarde, en la Operación Jaque, el Ejército rescató al cabo José Miguel Arteaga, al teniente Juan Carlos Bermeo y al sargento José Ricardo Marulanda, que no fueron liberados cuando las FARC, en el 2000, dejaron regresar a sus hogares al resto. La imagen de decenas de militares hacinados en jaulas, en plena selva, conmovieron al país.
Toma de Mitú (capital del Vaupés). 1 de noviembre de 1998. Mil quinientos guerrilleros asaltaron la pequeña población selvática, resguardada por ciento veinte policías bajo el mando del coronel Luís Mendieta. Al final del cruento asalto, habían muerto cuarenta uniformados y once civiles, además de las decenas de heridos. Las FARC se llevaron secuestrados a treinta y ocho policías, incluido el citado oficial. A los agentes rasos los liberaron tres años más tarde. En el 2008, logró fugarse de su inhumano cautiverio el subintendente John Frank Pinchao, protagonista de una hazaña de quince días por la selva. Y en junio del 2010, a Mendieta, que había ascendido a general, lo rescató el Ejército en al Operación Camaleón.
Asesinato de los Turbay. 29 de diciembre de 2000. En Puerto Rico, Caquetá, en plenas negociaciones para buscar una salida política a la guerra, las FARC asesinaron al senador Diego Turbay -Presidente de la Comisión de paz-, a su madre y a cinco acompañantes más. Le había asegurado la propia guerrilla que podía hacer campaña política sin peligro, por eso viajaba tranquilo en un todoterreno por zona guerrillera.
Secuestro masivo en Neiva. 26 de julio del 2001. Las FARC asaltan un edificio residencial, Miraflores, mientras algunos de los vecinos dormían. A nueve de ellos, entre los que había tres adolescentes, los secuestran. El primero recuperó la libertad a los nueve meses, tras pagar una fuerte suma de dinero, y los demás fueron saliendo a medida que cancelaban el rescate exigido. El caso más dramático fue el de la familia Lozada. La madre, Gloria Perdomo, permaneció cautiva dos años con sus hijos pero luego la separaron y la unieron a un grupo de secuestrados políticos. No regresó hasta pasados siete años. Los chicos, Juan Sebastián y Felipe, recobraron la libertad a los tres años cuando su padre, Jaime Lozada, pagó. Pero al poco, el progenitor fue asesinado por las FARC.
Masacre de Bojayá (Chocó). 2 de mayo del 2002. La guerrilla y los paramilitares utilizaron el pueblito junto al río Atrato, habitado por campesinos humildes, de campo de batalla. Durante los combates, los vecinos se refugiaron en la parroquia. A las FARC no les importaron los civiles y lanzaron cilindros – bombas artesanales- en dirección al templo. Ciento diecinueve personas de todas las edades perdieron la vida.
Coche-bomba en el Club El Nogal de Bogotá. 7 de febrero 2003. A las ocho de la noche, cuando había unas seiscientas personas en los distintos pisos del club, las FARC hicieron estallar un vehículo estacionado en el parking. El atentado dejó treinta y seis personas muertas y más de doscientas heridas, algunas de gravedad. El Secretariado de las FARC emitió un comunicado negando su autoría, pero las pruebas eran contundentes: la columna Móvil Teófilo Forero fue la responsable.
Masacre de Urrao. 5 de mayo de 2003. Un año antes de esa fecha, el gobernador de Antioquia fue secuestrado junto al ex ministro de Defensa Gilberto Echeverri, entonces asesor de paz, cuando lideraban la Marcha de la No Violencia que tenía con fin llegar hasta un pueblo asediado por las FARC. Les trasladaron a uno de los campos de concentración que mantienen en la selva, donde había nueve soldados que llevaban secuestrados varios años. Todos menos uno fueron masacrados por sus guardianes cuando una patrulla del Ejército intentó rescatarlos.
Masacre de los diputados del Valle del Cauca. 18 de junio de 2007. Raptaron en la sede de la Asamblea, en pleno centro de Cali, el 11 de abril de 2002, a doce diputados regionales. Cinco años más tarde les acribillaron a balazos. Sólo salvó la vida Sigifredo López, que siguió dos años más en su poder. Las FARC intentaron acusar al Ejército del múltiple crimen pero terminaron por aceptar su responsabilidad.
Chiva-bomba en Toribio (Cauca). 9 de julio 2011. A las diez y media de la mañana de un sábado, día de mercado en la población que ha sufrido unos quinientos ataques, las FARC explotaron una bomba que pusieron en una chiva –autobús tradicional- y abrieron fuego contra los policías. Pretendían volar el cuartel de la Policía pero mataron a cuatro personas, hirieron a un centenar, dejaron en ruinas ochenta casas y otras trescientas sufrieron daños.
Asesinato del secuestrado más antiguo del planeta. 26 de noviembre del 2011. El sargento Libio José Martínez llevaba catorce años en cautividad, siempre encadenado, un tiempo que le otorgaba ese dramático récord. Soñaba con conocer a su hijo, Johan Estiven, que nació cuando ya era rehén. Con él murieron el coronel Édgar Yesid Duarte, padre de dos hijos, el mayor Elkín Hernández Rivas y el subintendente Álvaro Moreno. Todos estaban encadenados, indefensos. Les pegaron un tiro porque pensaron que se acercaba una misión de rescate.
Viven en Venezuela, matan en Colombia. 21 mayo 2012. En Maicao (La Guajira), un contingente guerrillero atacó a una patrulla, mató a doce soldados e hirió a cuatro. Consumado el crimen, cruzaron la frontera.
Asesinato de rehenes. Los abuelos Angulo, el matrimonio Bickenbach, el japonés Chikao Maramatsu, José Norberto Pérez, un cabo que se hizo famoso porque su hijo, Andrés Felipe, de 11 años, enfermo de un cáncer incurable, suplicó por semanas a la guerrilla que liberaran a su padre para abrazarle antes de morir. El niño falleció y meses más tarde asesinaron al progenitor por la espalda, en un intento de fuga.
Toma de poblaciones. Las FARC tienen una larga historia de asaltos a pueblos con bombardeos indiscriminados y ataques de fusil. El resultado, aparte de víctimas fatales, campesinos sin hogar, desplazamientos, miseria, desesperanza. La lista es interminable: Granada, Florida, Caicedo, Sabanalarga, Miraflores, Puerto Rico, El Mango, Paujil, Argelia, Toribío, Cartagena del Chairá, Algeciras, Vegalarga, Colombia, Miranda, Jambaló…algunas de este año 2012.
Desplazamiento. Es incalculable el número de colombianos de toda condición social, que debieron abandonar sus hogares, sus tierras, sus negocios, sus ciudades, amenazados por las FARC.
Reclutamiento de menores de edad. Las FARC han reclutado, y siguen haciéndolo, miles de menores de edad. Y son las niñas las que llevan la peor parte porque las utilizan, como a los varones, de carne de cañón, pero, además, como esclavas sexuales de comandantes y tropa. Si se quedan embarazadas, están obligadas a abortar.

1 comentario:

  1. Y como lo dice Salud Hernández, faltan muchos mas, por ejemplo uno de ellos de una crueldad abominable, fue el caso del collar bomba que le pusieron a una mujer campesina, dueña de unas pocas vacas, por negarse a pagar una extorsión. Le dieron unas cuantas horas de plazo o si no le estallaba el collar bomba. Y ni el experto antiexplosivos pudo desactivarlo. La mujer campesina no pudo salvarse, el collar bomba le estalló. ¿Cómo es posible que el miserable Santos y aliados olviden todo esto? E insistan en darles impunidad y premiarlos con los más altos cargos del estado a semejantes criminales. Y ni siquiera los obliguen a pedir perdón. Y peor aún, que insistan en diálogos o negociaciones con quienes no tienen ni una pizca de arrepentimiento. Esto no tiene nombre, esto es un atropello a la dignidad del pueblo colombiano. Este tal proceso de paz, podrá sonar muy bonito pero está lleno de oscuridad y maldad.

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