sábado, septiembre 15, 2012

LA PAZ DE LOS CACHACOS. Columna de Miguel Gómez Martínez


MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ

La guerra siempre la sufren los pobres. Son ellos los que el Estado es incapaz o no le importa proteger. Cuando en el gobierno de Pastrana no se podía ir a ningún lado, los ricos de Colombia se fueron, con sus hijos y sus yernos al exterior. Los que nos quedamos vivíamos refugiados en Bogotá, la ciudad que menos sufrió por la guerra. Cuando en el gobierno de Uribe mejoró la seguridad los ricos retornaron felices a sus fincas. Los pobres estuvieron siempre ahí, sufriendo la guerra y disfrutando la seguridad. Por eso los pobres no olvidan a Uribe y le están sinceramente agradecidos por su compromiso con las regiones.

La guerra ha sido para los pobres en las regiones y la paz será la que decidan los cachachos. Si se mira la geografía de la guerra se observa que su mayor intensidad se produce en las regiones pobres y abandonadas como el norte del Cauca, Nariño, Chocó, los Llanos, Norte de Santander, Córdoba y Sucre. Esas poblaciones llevan décadas viendo pasar a los guerrilleros que hoy sacan pecho en La Habana. Vieron a los paramilitares amenazándolos y sacándolos de sus tierras. Vieron esporádicamente al ejército y a la policía atrincherada en sus cuarteles. EL gobierno era un fantasma y la justicia inexistente.


Ahora un grupo de cachacos, que no conocen esa realidad ni nunca sufrieron la guerra, se ofrecen como sus salvadores. Unos negociadores que no pueden ni siquiera señalar en un mapa dónde quedan los municipios de violencia, van a definir su futuro. Ellos, para los cuales la paz es un ejercicio de negociación y La Habana un vitrizano, son los que les traerán la seguridad que permite dormir tranquilo. Ironía de este país injusto e inhumano, son unos cachacazos socios de clubes los que han sido llamados para representarlos en la mesa de negociación.


Lo que los pobres no han entendido es que la paz es un gran negocio para los ricos. Les permitirá hacer aún más grandes sus fortunas y dejar de gastar en seguridad. Por eso los medios, que son propiedad de los más ricos de los ricos, se desbordan en elogios en inciensos. En el fondo, para los que somos cachacos, la guerra es un anacronismo que sucede lejos de nuestro entorno y que nunca hemos entendidos porque no vemos a los que la sufren. Como un médico analizamos al enfermo como un caso más y no como un ser humanos que  sufre por el dolor.


A los pobres, este gobierno de cachachos les ofrece el espejismo de la paz. Una vez obtenidos los réditos políticos de firmar el papel, soltar las palomas y tomarse la foto, volverán a sus fincas y clubes a sacar por pecho por haber logrado la reconciliación de los colombianos. Mientras tanto los pobres Cartagena del Chairá, de SAn Vicente del Chucurí, Toribío, Arboletes, Montes de María o Chigorodó volverán a su realidad de pobreza y abandono.

En el fondo, en este país de fariseos, a nadie le importan las víctimas ni el sufrimiento de los más necesitados. Vivimos de apariencias y somos egoístas. Por eso la paz la harán los cachacos que son, de todos los colombianos, los que menos han sufrido y los que más se beneficiarán. 

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