VICENTE TORRIJOS


Como la euforia que ha producido el Acuerdo de La Habana entre el Gobierno y las Farc no es suficiente para contagiar a todo el mundo, vale la pena considerar, apelando a un “prudente realismo”, cuál es la naturaleza del proceso que ahora empieza y cuáles serían sus alcances.
Lo primero que se advierte es que el Gobierno ha renunciado a la ventaja estratégica adquirida a lo largo de los últimos 12 años y, de manera incondicional, acaba de otorgarles a las Farc el estatus de interlocutor político y legítimo refundador del Estado.


Dicho de otro modo, lo natural hubiese sido que el Presidente se mantuviera erguido y firme en su posición de no negociar hasta constatar que las Farc ya no estaban secuestrando, sembrando minas, narcotraficando o volando civiles a diestra y siniestra.
Entonces, ¿cómo se explica que Santos haya renunciado a la ventaja estratégica y a imponer las condiciones mínimas para negociar con terroristas?
¿Acaso por el espejismo de que una de las organizaciones armadas más capacitadas económica, política y diplomáticamente del planeta va a reinsertarse simplemente por haber perdido unos cuantos cabecillas?
Lo cierto es que, reivindicadas de la noche a la mañana como contraparte legítima y sujeto activo de relaciones internacionales, sería sorprendente que las Farc no diesen muestras de haber aprendido la lección y se dedicaran ahora simplemente a repetir los errores del pasado cuando dieron al traste con la república independiente que lograron.
En resumen, durante este nuevo ciclo histórico, las Farc se esforzarán al máximo para que el proceso se dilate creativamente hasta que hayan conseguido enquistarse (sin elección popular alguna) en las más altas esferas del Estado y, cogobernando a Colombia, convertirla en un miembro más de la Alianza Bolivariana para las Américas.
Eso significa que, dosificadamente, tendrán que ser obsequiosas con el Ejecutivo y firmarán acuerdos, entablarán compromisos y deleitarán a la tribuna con un derroche de demagogia pacificadora y mercadeo reconciliador que, por supuesto, garantice la reelección presidencial aunque sigan perpetrando atentados mediante terceros (por encargo), no dejen las armas, no se disuelvan como agrupación político-militar y no renuncien jamás a la violencia.
Así que mientras santistas y uribistas se desgastan en un nuevo ejemplo de fratricidio político (o fractura de las elites democráticas), el Secretariado llegará gradual pero cómodamente al poder para luego controlarlo por completo.
Impecable libreto estratégico mediante el cual, qué duda cabe, habrán perfeccionado la metodología política con la que Castro, Chávez y Ortega han sabido perpetuarse. Y, como se sabe, ‘perpetuarse’ significa ‘para siempre’.