La juez venezolana María Lourdes Afiuni cumplió con la ley y
Hugo Chávez la hizo encarcelar. Afiuni tenía que pronunciarse sobre un detenido
que llevaba tres años de prisión preventiva, el empresario Eligio Cedeño. La
ley establecía un máximo de dos, de manera que lo puso en libertad, como era su
deber. Chávez la insultó y aseguró que Bolívar la hubiera fusilado. Él se
limitaba a encerrarla en una cárcel para mujeres que es algo así como la casa
del Marqués de Sade.
Una vez en esa horrible prisión, algunos guardias violaron a
la juez, resultó embarazada y perdió a la criatura. La señora tiene casi 50
años. Luego padeció cáncer y fue operada. Ante esa circunstancia, la condenaron
a arresto domiciliario. Pero, para que no olvidara quién manda en el país, los
chavistas atacaron a tiros el edificio en el que vive. Milagrosamente, nadie
salió herido.
En Ecuador, el presidente Rafael Correa asegura que, como es
el jefe del Estado, también es la cabeza del Poder Judicial y del Poder
Legislativo. Nadie le explicó nunca que la clave del modelo republicano es la
separación de poderes, los límites legales de la autoridad y el imperio de la
ley. Por eso no le parecía extraño ni repulsivo que la sentencia que lo
favorecía en su pleito contra el diario El
Universo hubiera sido redactada por su propio abogado. Él es el dueño de la
justicia.
Daniel Ortega, el presidente de los nicaragüenses, pone y
quita jueces a su antojo. Escapó de la acusación de haber violado a su hijastra
con la complicidad de un juez provisional que actuó con la velocidad de un
carterista. Fue absuelto y liberado en una tarde inesperada y vertiginosa.
Utilizó los tribunales para mantener a raya al expresidente Arnoldo Alemán y
para amenazar al candidato Eduardo Montealegre. Para Ortega, el Poder Judicial
no es una rama esencial del gobierno de la república, sino un instrumento de
control político, amedrentamiento y castigo. Es como un palo con el que golpea
o amenaza a sus adversarios.
En Bolivia sucede algo parecido. El presidente Evo Morales
tiene (y ejerce) la potestad de nombrar a su antojo jueces y magistrados. En
una oportunidad colocó a 18 de ellos en un mismo día. Lo llamó una revolución
judicial. Antes había demostrado lo que realmente cree de las leyes y de
las reglas cuando les explicó a sus abogados que era función de ellos adaptar
las normas a las decisiones que él tomaba. ¿No eran letrados? A él le tocaba
hacer las trampas y a los abogados adaptar las leyes. Por eso, de acuerdo con
una encuesta muy seria de Ipsos, el 80% de los bolivianos no cree en la
posibilidad de obtener justicia en los tribunales. Los bolivianos son gente
buena y resignada, pero no idiota.
Cuba es más sincera en este tema. Como parte de la tradición
soviético-comunista, no se anda con memeces republicanas. La Constitución es
muy clara: el Partido es la única fuente legítima de autoridad. El resto de las
instituciones son bagazo de caña. El sistema judicial cubano se controla desde
el Ministerio del Interior, especialmente en cualquier conflicto que roce la
ideología, y las sentencias se dictan en función del interés político
coyuntural.
Un individuo puede ser condenado por los mismos hechos a 30 años, a
30 meses o a 30 días, de acuerdo con los intereses de la policía.
Al general Arnoldo Ochoa y al coronel Antonio de la Guardia,
por ejemplo, los fusilaron en 1989 como parte de una estrategia encaminada a
liberar a Fidel y Raúl Castro de la sospecha de que el narcotráfico era una
tarea que tenía la aprobación del gobierno cubano. El código penal establecía seis
años por el delito imputado, pero la inocencia de los jefes era más creíble si
ejecutaban a los subalternos. Los mataron al amanecer.
¿Qué es el Socialismo del Siglo XXI? Una buena definición
podía ser ésta: es un modelo de Estado en el que el Poder Judicial sirve para
perpetuarse en el gobierno, para perseguir a los adversarios y para cercenar
las libertades. Lo que ignoran quienes ejercen la autoridad de esta manera
brutal e inescrupulosa es que la destrucción de la independencia de los jueces
puede convertirse en un peligroso bumerán en el instante en que el viento
modifique su dirección.
Cuando los jueces no obedecen las leyes, sino a los hombres,
se comportan como los perros de presa. En el momento en que la correa cambia de
manos, atacan a los antiguo amos.
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