sábado, diciembre 08, 2012

LOS JUECES Y LOS AMOS

Carlos Alberto Montaner

La juez venezolana María Lourdes Afiuni cumplió con la ley y Hugo Chávez la hizo encarcelar. Afiuni tenía que pronunciarse sobre un detenido que llevaba tres años de prisión preventiva, el empresario Eligio Cedeño. La ley establecía un máximo de dos, de manera que lo puso en libertad, como era su deber. Chávez la insultó y aseguró que Bolívar la hubiera fusilado. Él se limitaba a encerrarla en una cárcel para mujeres que es algo así como la casa del Marqués de Sade.

Una vez en esa horrible prisión, algunos guardias violaron a la juez, resultó embarazada y perdió a la criatura. La señora tiene casi 50 años. Luego padeció cáncer y fue operada. Ante esa circunstancia, la condenaron a arresto domiciliario. Pero, para que no olvidara quién manda en el país, los chavistas atacaron a tiros el edificio en el que vive. Milagrosamente, nadie salió herido.


En Ecuador, el presidente Rafael Correa asegura que, como es el jefe del Estado, también es la cabeza del Poder Judicial y del Poder Legislativo. Nadie le explicó nunca que la clave del modelo republicano es la separación de poderes, los límites legales de la autoridad y el imperio de la ley. Por eso no le parecía extraño ni repulsivo que la sentencia que lo favorecía en su pleito contra el diario El Universo hubiera sido redactada por su propio abogado. Él es el dueño de la justicia.

Daniel Ortega, el presidente de los nicaragüenses, pone y quita jueces a su antojo. Escapó de la acusación de haber violado a su hijastra con la complicidad de un juez provisional que actuó con la velocidad de un carterista. Fue absuelto y liberado en una tarde inesperada y vertiginosa. Utilizó los tribunales para mantener a raya al expresidente Arnoldo Alemán y para amenazar al candidato Eduardo Montealegre. Para Ortega, el Poder Judicial no es una rama esencial del gobierno de la república, sino un instrumento de control político, amedrentamiento y castigo. Es como un palo con el que golpea o amenaza a sus adversarios.

En Bolivia sucede algo parecido. El presidente Evo Morales tiene (y ejerce) la potestad de nombrar a su antojo jueces y magistrados. En una oportunidad colocó a 18 de ellos en un mismo día. Lo llamó una revolución judicial. Antes había demostrado lo que realmente cree de las leyes y de las reglas cuando les explicó a sus abogados que era función de ellos adaptar las normas a las decisiones que él tomaba. ¿No eran letrados? A él le tocaba hacer las trampas y a los abogados adaptar las leyes. Por eso, de acuerdo con una encuesta muy seria de Ipsos, el 80% de los bolivianos no cree en la posibilidad de obtener justicia en los tribunales. Los bolivianos son gente buena y resignada, pero no idiota.

Cuba es más sincera en este tema. Como parte de la tradición soviético-comunista, no se anda con memeces republicanas. La Constitución es muy clara: el Partido es la única fuente legítima de autoridad. El resto de las instituciones son bagazo de caña. El sistema judicial cubano se controla desde el Ministerio del Interior, especialmente en cualquier conflicto que roce la ideología, y las sentencias se dictan en función del interés político coyuntural. 
Un individuo puede ser condenado por los mismos hechos a 30 años, a 30 meses o a 30 días, de acuerdo con los intereses de la policía.

Al general Arnoldo Ochoa y al coronel Antonio de la Guardia, por ejemplo, los fusilaron en 1989 como parte de una estrategia encaminada a liberar a Fidel y Raúl Castro de la sospecha de que el narcotráfico era una tarea que tenía la aprobación del gobierno cubano. El código penal establecía seis años por el delito imputado, pero la inocencia de los jefes era más creíble si ejecutaban a los subalternos. Los mataron al amanecer.

¿Qué es el Socialismo del Siglo XXI? Una buena definición podía ser ésta: es un modelo de Estado en el que el Poder Judicial sirve para perpetuarse en el gobierno, para perseguir a los adversarios y para cercenar las libertades. Lo que ignoran quienes ejercen la autoridad de esta manera brutal e inescrupulosa es que la destrucción de la independencia de los jueces puede convertirse en un peligroso bumerán en el instante en que el viento modifique su dirección.

Cuando los jueces no obedecen las leyes, sino a los hombres, se comportan como los perros de presa. En el momento en que la correa cambia de manos, atacan a los antiguo amos.  

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